94. CUESTIÓN DE PELOTAS (Toribios)
Los zapatos Gorila de entonces eran marrones y con cordones, porque aún no existía el velcro. Dicen que lo inventaron para Armstromg y los otros cuando fueron a la luna, aunque hay quien se empeña en que todo fue un montaje de los americanos. El caso es que los zapatos eran duraderos y por ello los preferidos de nuestras madres. A nosotros no nos gustaban porque eran duros, pesados y, sobre todo, feos. Las chicas los llevábamos con aquellos uniformes de faldas tableadas, tan marrones como ellos, y tan poco favorecedores. Lo único bueno eran las pelotas, aquellas tan compactas que parecían macizas, que regalaban en la zapatería. Una de ellas cambió mi vida, porque jugando le di sin querer a Ernesto. Han sido treinta años de dicha. Tan trabajador, tan sensato, siempre con aquellos trajes marrones. Igual que esta pelota, agazapada en un cajón, que lanzo ahora con rabia por la ventana abierta. Al carajo el marrón, hoy me voy a poner ese vestido de colores chillones que te horrorizaba. Y, lo siento Ernesto, los zapatos rojos de tacón de aguja. Esos que te hacían sentir tan poca cosa.
La historia de un desamor, resumida en colores y con un objeto esférico como colaborador necesario: él los unió; con él, arrojado fuera de sus vidas, terminó tod. Unos tonos que dicen mucho de una vida en común monótona, con una de las partes algo reprimida, que necesita romper lo que se ha ido convirtiendo en ataduras.
Un abrazo, Antonio. Suerte
Gracias, Ángel por tu siempre valioso comentario.
Del marrón al rojo. De la rutina al desenfreno. Bien llevado.
Gracias, Edita, un certero resumen.
Hola, Antonio! Chico, me has dado un buen vapuleo, porque, lo que yo creí que iba a ser un relato romántico, casi costumbrista, pasaba a ser una remontada de autoayuda, para, al final, descubrir toda esa realidad que hay detrás de los matrimonios, de las parejas cuya historia dura décadas… que, a veces, nada es como parece.
Ah, por cierto, y absoluta reverencia a todo escritor capaz de escribir en un micro: «Al carajo el marrón!»… jajajaja ¡¡¡Grande!!!
Gran relato!
Mucha suerte!
Gracias, Salvador. Me encanta ese análisis tuyo tan preciso como incisivo. Esto sí que es capacidad de síntesis. Y, por supuesto, «al carajo» hombre, faltaría más. Hay que soltarse el pelo, soltar lastre y liberarse de los «marronazos» de la vida.
Gracias por los ánimos.
Geniales esos zapatos de tacón de aguja para rematar un relato magistral.
Suerte!
Gracias, Yolanda. Me salió casi sin querer ese cierre. Luego me he dado cuenta de que es un tremendo contraste con la tosquedad de los «Gorila».
A través del marrón nos haces un repaso por la moda de una época sin excluir la rutina y mediocridad de un matrimonio aburrido y inexistente
Suerte y un saludo
Gracias, María Jesús.
Perdón, no me dio tiempo a sustituir la «y», por «e». por haber cambiado una palabra.
Nada, mujer…
El marrón es como un gris que no quiere serlo, y tu relato es el de tantos y tantos estallidos de color tras una vida ahogada en la rutina. Solo que… contado con mucho talento, desde el costumbrismo a la liberación, pasando por la inercia que la acaba desencadenando. Al leerte, casi se siente un soplo de aire fresco por esa ventana abieta.
Fenomenal, Antonio.
Saludos y suerte.
Bueno, Santiago, con lectores uno se crece… Me alego de que te haya gustado.