Defecto de fábrica
La cadena de montaje le infunde un sosiego reparador. Las piezas pasan con una cadencia uniforme, como el latido de un corazón en reposo. Es más llevadera la repetición que la ausencia. Echa de menos besar a la misma mujer cada día, cenar lo de siempre y repetir discusiones gastadas. Ahora solo le queda el pequeño, en su sillita, sin palabras, pero esperándolo con una sonrisa.
Hoy, sin embargo, algo falla. Aparece una pieza con un defecto improbable. Nunca ha visto una pieza así y no hay protocolo para ello. La cinta no espera, de modo que se la guarda en el bolsillo sin pensar.
Cuando llega a casa, le besa la frente al pequeño, le susurra algo cariñoso y lo acomoda en su regazo. Al hacerlo, nota un bulto en el bolsillo. Saca la pieza; no se había fijado, pero su forma le resulta familiar. Lo sienta en su sillita y le desabrocha la camisa. Bajo la tela asoman trozos de hojalata torcida y un hueco en el pecho. La pieza, que encaja sin esfuerzo, arranca un hilo de voz oxidada que susurra «Papá». El sonido es perturbador, como el crujido de un corazón que se quiebra en silencio.

