24. Demiurgo (Jesús Garabato)
Aprovechando la ausencia del autor, alrededor del cuaderno azul deambula el personaje, inquieto ante lo que el maldito azar hizo y hace de él: estar a punto de morir aplastado por una cornisa derribada a su paso, verse de improviso encerrado –quién sabe si para siempre– en una diminuta habitación soterrada y perdida en el tiempo, torcer a la izquierda para, tras recular, inmediatamente seguir por la derecha y de nuevo retroceder… Está harto y, por una vez, toma una decisión.
Ya con las piernas fuera de la ventana, admira extasiado las luces de Manhattan. Sí, lo hará: al fin será libre. Pero con lo que no contaba era con que el escritor lo haría de nuevo: antes incluso de saltar, su cuerpo ya estaba levitando sobre el puente de Brooklyn, manejado por las cuerdas invisibles de la imaginación de Paul Auster.
Un Demiurgo hermoso el tuyo, Jesús… ¡Me encantó! Y no me sorprende que sea el mismísimo Paul Auster, cuyo «País de las Últimas Cosas» está entre los libros más impactantes que he leído (no lo podía soltar, literalmente…).
Un beso grande,
Mariángeles
Caray, Mariángeles. Me alegra que te haya gustado. Muchas gracias por leer y comentar. Besos.
Si nos ponemos en el papel de un personaje literario que piensa por sí mismo, debe de ser muy alienante que su creador maneje los hilos de su vida, no poder actuar bajo su libre albedrío.
No obstante, si no quedase más remedio que existir con tales condicionantes y, al menos, se pudiera elegir autor, sería un privilegio depender de la pluma de Paul Auster. Ese vuelo entre las elevadas luces de Manhattan quizá confirma la falta de libertad, pero también representa la victoria de la imaginación, como imaginativo es este relato.
Ya sabes que me alegra leerte. Ahora, la fórmula de despedida habitual:
Un abrazo y suerte, Jesús
Hola Jesús:
Interesante relato.
Siempre es un gusto recordar las novelas de Paul Auster.
Un abrazo.
Muchísimas gracias, Ángel y Mari Carmen, por regalarme vuestra lectura y amables comentarios. Saludos.