57. DERROTEROS
Arrastrando el corazón por la pasarela, subí al barco con destino diferente al de todos los otros pasajeros, o eso creía yo. Me equivocaba. Lo supe más tarde, cuando vi a la chica treparse a la borda. Sin pensarlo, corrí hacia ella, la atrapé y la sostuve entre mis brazos. Era joven, quizás bella, y sentí la necesidad de saber qué la había llevado a esa decisión. Se lo pregunté.
Un estremecimiento de hombros y un llanto silencioso abrieron el camino a su historia, que tanto se parecía a la mía. Ambos habíamos llegado allí tras la traición de un par de ojos azules y aunque los traidores fueran distintos, la pregunta que nos planteábamos era la misma: ¿tenía sentido la vida después del azul?
Nos sentamos a discutirlo de forma extensa y descarnada, mientras nos mirábamos a los ojos rebuscando entre ruinas algún improbable retazo de ilusión.
Un atardecer rojizo introdujo en nosotros la duda. La noche, mezquina, nos negó luna y estrellas y solo nos echó su viejo manto encubridor. Huérfanos de magia, nos levantamos y caminamos sin prisa guiados por la llovizna salada que golpeaba nuestros rostros.
Hola, Jorge.
Dos historias similares que convergen en un mismo destino. Ese barco es una esperanza, la vida nos lleva muchas veces por los «Derroteros» o rumbos distintos del que nos habíamos establecido en un principio. Como el final queda abierto y se vislumbra un poco (buscando otro sentido al título) «derrotista», yo prefiero pensar que lejos de esos azules pasados, ambos han podido encontrar un color nuevo que compartir.
Mucha suerte y un cálido y otoñal saludo.
Hola, Ángel.
Gracias por tu comentario. Como bien dices, el relato tiene un final abierto, y por la rendija que deja, los optimistas siempre pueden encontrar la posibilidad de un final feliz. Y tienen razón: mientras hay vida hay esperanza y todo puede suceder. Se me ocurren varios giros a la historia, con los que no te voy a aburrir.
Gracias por tus deseos y te retribuyo el saludo con uno cálido y primaveral.
Un abrazo.