52. Desamparado (Jesús Navarro Lahera)
Se detuvo un instante, y tras tomar aliento reanudó la carrera. Lo único que quería era reunirse con ella, echarse en sus brazos. Luego, cuando estuvieran juntos, y mientras lo acariciaba con calma, él la besaría como siempre, con el ansia de cada reencuentro, sin pasar por alto ni un solo rincón de su rostro, de su cuello, de sus manos.
Empujado por esos recuerdos de aquellos días felices en los que los dos estaban solos, a los pocos metros vio una curva, por lo que apretó el paso con ilusiones renovadas. Sin embargo, al igual que en las anteriores ocasiones, no se encontró con el coche de ese maldito tipo con el que ella se había marchado, sino, una vez más, con el polvo del camino.
Entonces miró hacia arriba y se le escapó un aullido, un lamento que lanzó a las estrellas. Después, cerrando los ojos, cayó al suelo y se quedó ahí tirado, sin fuerzas para levantarse de nuevo ni para llamarla a ladridos.
Ay, Jesús, ¿se puede más desagradecido que la persona que abandona a su fiel amigo? Esa imagen siempre me recuerda a una campaña que hicieron, cuyo eslogan era algo así como «Él nunca te abandonaría».
Si no te conociera de nada y leyera tu micro, sabría al instante que tienes un perrete (perrita) y que la quieres mogollón. Como tiene que ser.
Un abrazo y suerte.
Ellos, tan fieles, ni entienden ni conciben el abandono. A partir de ahí, todo deja de tener sentido. Tienen mucho que enseñarnos.
Un abrazo y suerte, Jesús