71. Desamparados
Mamá no duerme. Un chacal en su ventana vigila cada noche. Cuando cierra los ojos, el chacal levanta el hocico hacia la luna y aúlla sin parar. Entonces mamá da la luz de la mesilla, perfila los labios como cuando nos besaba después de rezar el padre nuestro y hace un gesto con la mano para que alcance al animal. A veces cuenta las arañas que corren alarmadas por el fulgor de la bombilla a refugiarse en sus rincones.
Por las mañanas mamá no se levanta. Fran y yo hacemos nuestras camas, preparamos el desayuno, nos vestimos y salimos corriendo hacia el colegio, pero antes visitamos a mamá en su desvelo y besamos sus mejillas. Al volver, algunos días, vamos al mercado, cocinamos el almuerzo y, cuando hemos terminado los deberes, entramos en su cuarto. Nos gusta verla suplicar algo de comida o cómo hace pucheros para pedir que la soltemos. Le contamos un cuento para aumentar el peso de sus párpados, solo por el placer de oír el aullido del chacal. A su lado papá no dice nada, hace días que dejó de respirar; las arañas terminaron su mortaja y esperan impacientes que el chacal regrese a su cubil.
Estos muchachos con un padre muerto y una madre impedida han de subsistir solos. Una situación terrorífica en sí misma, dada su corta edad, pero no menos que pensar que pueden ser ellos los causantes de la situación de sus progenitores, por algo la madre hace pucheros para pedir que la suelten. Por si todo ello fuese poco pavoroso, se añade un chacal aullador y amenazante y unas arañas que no lo son menos, todos con su carga simbólica.
Una historia escrita con maestría, como no podía ser de otra forma, que inquieta y mucho.
Un abrazo y suerte, Juancho
La suerte es que haya alguien como tú, que cuando los cuentos ya están acurrucados y listos para ser leídos, se encargue de echarles una mantita por encima, de darles un beso en la mejilla y de cerrar la puerta sin hacer ruido. Gracias, Ángel, por todo ese cariño.