14 Desatino y destino (Javier Igarreta)
Cuántas veces, Don Julián, el profesor de Tecnología le repitió aquello de: “nunca llegarás a nada en la vida”. Bernardo ya era por entonces un muchacho engreído y pagado de sí mismo. Se tenía por muy listo y pensaba que, a nada que se dejara acariciar por la suerte, todo jugaría a su favor. Por simple inercia.
El paso del tiempo le fue consagrando como un cualificado don nadie, eso sí, con una gran capacidad para la amargura. Y, faltaría más, con un escogido elenco de culpables de su frustrado apogeo. Un día, súbitamente atacado por una sobredosis de sinceridad, ya no fue capaz de seguir alimentando su propia farsa. Inmune a cualquier sentimiento de autocompasión, sucumbió a un fatal impulso. Se encaramó al alféizar de la ventana, cerró los ojos y… “se acabó”, acertó a mascullar mientras caía.
Unos pisos más abajo, un edredón con aroma a lavanda se secaba al sol sobre el tendedero. Su providencial intercesión amortiguó la caída acogiendo en su cálida espuma un súbito amago de arrepentimiento. Pese a todo, el batacazo fue de órdago. Entre dentelladas de dolor y un difuso ramalazo, Bernardo apenas pudo albergar el estupor de sentirse vivo.
He de decir que he conocido muchos personajes como tu protagonista, que no hacen nada porque esperan que todo les venga hecho, están convencidos de merecer ese privilegio, que cuando no sucede, culpan a los demás de su infortunio. Al menos, un día tuvo esa «sobredosis de sinceridad», algo necesario y loable, el problema es que lo tomó por la tremenda y quiso quitarse la vida, una vida sin demasiado sentido, todo hay que decirlo, porque no quiso dárselo, hay que decir también.
Ese edredón que lo salvó y la sinceridad recién adquirida puede que le hagan reflexionar, que aún esté a tiempo de vacunarse de sus graves errores, dar sentido a su existencia e incluso hacer algo de provecho.
Un relato bien armado, con muchos matices, un personaje que es modelo de lo que no debe hacerse, no sea que tengamos la misma tentación, porque nuestros demonios interiores siempre están al acecho, no hace falta buscarlos fuera.
Un abrazo y suerte, Javier
Pues sí, así es Ángel. Aunque todos podemos en un momento dado tratar de excusar algún fallo en los demás, hay algunos que hacen de dicho proceder ley de vida. Y, claro, la cosa suele acabar mal.Muchas gracias por leerme y por tus comentarios. Un fuerte abrazo.
Aunque hay gente que nace con una flor en el culo, está claro que la mejor manera de mejorar la propia vida es el esfuerzo, aprender de los errores, y no confiar en la suerte ni responsabilizar a los demás cuando las cosas no salen como queremos.
Y esto vale incluso hasta para poner fin a la propia vida.
Un abrazo y suerte.
Bueno, Rosalía, las flores son muy caprichosas y salen donde menos se piensa. En todo caso, como dices, es mejor confiar en la física del esfuerzo que en la botánica. Muy agradecido por tu comentario.Un abrazo.
Este Bernardo ha nacido con la suerte en las botas. De joven el profesor que le quiere ayudar que le alerta, de mayor alguien que ha colgado un edredón en el momento justo. Debe reconocer que tiene suerte aunque si se esforzara un poco nos daría a todos una alegría. Suerte con el relato Javier.Abrazos
Con la suerte en las botas y con la muerte en los talones por dejar todo en manos de aquella. Afortunadamente,al final le echó una manita. Muchas gracias por comentar y un abrazo, Manuel.
Buen relato y estupendo giro final. Unos nacen con estrellas…Saludos cordiales.
Muchas gracias por tu comentario,MªPaz.Saludos.
Perdón MªPaz, se me han cortado los saludos.
Una gran historia contada, magníficamente, en pocas palabras.
Nos leemos
Muchas gracias por pasarte a leer y por tu comentario, Isabel Cristina. saludos.
Un buen relato que refleja la actitud de muchos que consideran que todo les debe ser dado porque sí. Esperemos que reflexione tras esta segunda oportunidad que le da la vida. U muy buen giro final, Javier. Un abrazo inmenso. Gloria
Muchas gracias Gloria, por leerme y por tu amable comentario. Un abrazo.