100. Deseos
Ella no esperaba demasiado de aquel viaje para singles y dado su carácter, tampoco encontró mucha afinidad con sus compañeros de grupo. Impar entre los impares, se preguntaba qué demonios hacía allí, en mitad del desierto, visitando unas ruinas bajo el implacable sol de agosto. Explorando a su aire aquel inhóspito lugar, un objeto que brillaba entre las piedras de un muro derrumbado llamó tanto su atención, que lo escondió en la mochila. Se trataba, como dedujo ya en el hotel, de una vieja lámpara de aceite y al frotarla para darle lustre, un genio maravilloso escapó de su interior dispuesto a satisfacerla en tres deseos. Sorprendida primero y fascinada después por aquellos ojos portadores del misterio oriental de las mil y una noches, reconoció en aquel ser mágico al hombre de sus sueños y sólo le pidió una cosa: “Quiero pasar el resto de mi vida contigo”. Ahora viven juntos en su pequeño apartamento. Ella trabaja y él se ocupa de las tareas domésticas. Los sábados hacen juntos la compra y los domingos suelen comer paella. Aunque les cuesta llegar a fin de mes, son tan felices que no se ha atrevido a desear nada más.
Originalísimo.
Lo del genio de la lámpara es verdad que no es muy original, pero me ha servido para contar esta pequeña historia sobre los deseos. Gracias por tu comentario.
Alberto, fenomenal version del clásico. Suerte y felices fiestas¡¡¡¡
Gracias Calamanda. Felices fiestas para ti también.
Quizá es que satisfacer ese deseo y ser feliz ya vale por los tres deseos juntos. ¿Para qué se necesita más? Me parece una forma muy original de contar un clásico. Pasas de un inicio «realista» a una trama «fantástica» para acabar con un final «realista»… ¿o no? Puede tener un doble sentido sentido fantástico. Me gusta interpretarlo de las dos maneras.
Un abrazo y mucha suerte.
Pues si, Rafa, el genio aparece en medio del relato como si fuera lo más normal del mundo. Ya sabes que la cosa va de seres mágicos. Gracias por tu comentario y un abrazo también para ti.