65. Despedida
Cuando escuché en alguna parte que aquel hombre había muerto de nostalgia, no fue exactamente dolor lo que sentí. Más bien fue esa tristeza exigua, casi intangible, que trae consigo el fallecimiento prematuro de alguien a quien has conocido en persona, aunque no hayas tenido mucho trato con él.
Siempre se mostró atento y respetuoso. Si me veía sentada junto a la puerta del supermercado, me saludaba con una tímida sonrisa y, al salir, me daba comida o algo de dinero. Incluso hubo un día, cuando se acercaba el invierno, en que me trajo un abrigo usado. «Ya nadie lo utiliza», me dijo. «Tú lo podrás aprovechar, te queda como un guante».
Recuerdo muy bien la última vez que lo vi porque ahora, de algún modo, creo que aquel encuentro resultó premonitorio. Caminaba con la prisa de los que huyen de algo, o de alguien, y su mirada era distinta. Sus ojos, mustios, parecían decirme adiós mientras tiraba de la mano de su hijo y la voz del pequeño se reducía a un susurro, cada vez más lejano, que dejaba entrever la palabra «mamá».
Tu relato está lleno de posibles caminos, en ello radica una de sus virtudes. Vemos a un hombre que trata con respeto y comprensión a una mendiga. Tiene la atención de despedirse de ella, aunque sea sin palabras. El abrigo con el que le obsequia no lo va a necesitar porque a su dueña (su mujer) le ha ocurrido algo, de ahí la huida precipitada, con hijo arrancado de su madre incluido.
Existen personas que han tratado a hoscos dictadores o, incluso, a asesinos, que quienes solo pueden hablar bien porque su comportamiento fue respetuoso y afable. Otra cosa es lo que hicieran con otros. Además, cuando alguien muere, hasta el peor enemigo, identificamos su marcha con el final que nosotros algún día también tendremos y, aunque solo sea por un momento, nos solidarizamos, porque el temor a desaparecer nos iguala a todos.
Corrígeme si me equivoco, pero es lo que me ha parecido ver en esta «Despedida» abierta, tan interesante como enigmática.
Un abrazo y suerte, Lluis
Gracias por otro de tus maravillosos comentarios, Ángel. No te voy a corregir, pues cuando fui desarrollando la idea y me pareció que se podía interpretar de formas distintas consideré que podía ser interesante que así fuera, a pesar de que también aumentara el riesgo de que no se entendiera. Te añado, sin embargo, una interpretación de la que habla abajo Edita y que yo también consideré: la mujer es la madre del niño. Un abrazo amigo, y suerte para ti también.
Al leer tu relato y después el comentario de Ángel he pensado también en la opción de que sea la mendiga la madre del niño. La genialidad de tu relato es que da igual si estamos o no equivocados en la interpretación, porque sea la que sea encaja a la perfección en la historia, en cómo la has escrito y en el ritmo que le has dado. Me ha gustado mucho y te deseo suerte infinita (elevada al cuadrado). Besicos 😉
Muchas gracias, Bea, me alegro de que te guste. El lector no está nunca equivocado en su interpretación, eso es algo que me gusta del género, que diferentes personas puedan disfrutar los textos de maneras diversas. Gracias por tus buenos deseos. No sé si sabes que, matemáticamente, hay infinitos más grandes que otros, pero eso es ya otra conversación. Besos.
Lo que más destacaría del relato es la perfecta puntuación, según mi parecer. Lo he leído varias veces. En cada lectura, encuentro una posible interpretación diferente. Incluso he estado a punto de creer que la mendiga era madre del pequeño. Me deja intrigada y creo que eso era lo que pretendías.
Gracias por tu comentario, Edita. Me complace tu comentario sobre la puntuación, pues precisamente estuve pensando bastante sobre ello y lo publiqué todavía con alguna duda sobre ello. Como le decía a Ángel arriba, la idea del relato derivó al final en un texto que admitía varias interpretaciones y decidí darlo por bueno. Precisamente esa interpretación de que la mendiga es la madre la tenía en mente. Un saludo.
Un relato abierto magistralmente redactado con gran sencillez. Me ha gustado mucho.
Un saludo
Muchas gracias por la lectura y tu amable comentario, Dolores. Saludos.