54. Dulce compañía
El Mal era grande y estaba cerca. Tanto que muchos tuvieron que cerrar sus bocas para que no entrara dentro de ellos. Hubo alguien que pensó en cerrar alma, boca y ojos y no mirar más allá.
Pero reflexionó y reflexionó… Y centenares de pros, enésimos contras llenaron libretas enteras. Pasaron días, semanas, meses… Y abrió de nuevo alma, ojos, boca. A pesar de tantos baches, casi recuperados todos sus sentidos, vislumbró un sendero que se extendía hacia delante.
Remendó sus alas rasgadas, una campana sonó y pudo verlos. Eran ellos. Tantas almas, que no se dejaron vencer, que no cerraron sus ojos ante el Mal.
Aunque todavía a distancia, los reconoció a todos. Porque allí estaban: animosos, ojos y bocas abiertas, almas llenas de esperanza. Agradecidos por seguir revoloteando en dulce compañía, componiendo nuevas historias.
Y su alma brincó con ellos. Siempre serían sus ángeles de hermosas palabras.
El Mal (así, con mayúsculas) puede venir impuesto desde fuera, no se puede negar, aunque en realidad no es necesario, ya que lo tenemos siempre dentro. A veces se empeña en dominarnos, es poderoso, tanto más cuanto más nos acobardemos ante él, ante nosotros mismos. Llega a confundir la mente, a entristecer el alma, a paralizar el cuerpo. Por suerte, también dentro tenemos la solución. Solo hay que asumir que somos seres sociales; a veces, la fuerza de un grupo, salir al mundo y relacionarse, hace que todo lo veamos de otra manera. No sabemos estar solos, no podemos hacer un camino en solitario durante un largo trecho. Eso sí, es necesario escoger buenas compañías, pues mientras unas resulta dañinas, otras son dulces, necesarias.
Quizá me equivoque, pero tu relato podría ser una hermosa metáfora sobre una persona que ha pasado por una mala racha y se sobrepone con la fuerza de un grupo y el bálsamo de las palabras.
Te echamos de menos en Arzúa.
Un abrazo y suerte, Esperanza
Esta historia hace honor a tu nombre. Y mucho me equivoco o, escondido detrás del lenguaje metafórico, está un sendero muy conocido y un montón de entecianos con propiedades terapéuticas.
No te equivocas, Ángel. Es la vida misma, que hace que las malas rachas duren demasiado y no deja que salgan las palabras.
Yo también eché de menos ese encuentro que recarga pila,s como las del anuncio pero en versión x 10000. Pero cuando no se puede, no se puede.
Gracias Angel. Un abrazo.
Las propiedades terapéuticas de ese senderoson el mejor de los bálsamos, ni el de Fierabrás.
Gracias Edita.
Precioso, Esperanza. Las malas rachas acaban pasando pero, las palabras sentidas permanecen. Un beso.
Siempre, pase lo que pase, hay seres que conservan la esperanza por suerte para el resto. El problema vendrá cunado todos la perdamos, pero seguro que eso no pasará nunca. Suerte y abrazos, Esperanza.