15. Dulzura
Recoge el pelo alborotado de la niña en una trenza, acaricia la mejilla húmeda de la anciana, abre la puerta a la vecina cargada de bolsas, sonríe a cada persona que se cruza, se arremanga en el comedor social, ilumina rostros, enciende miradas, suaviza golpes, escucha historias, susurra palabras bonitas, diluye pesares, contagia alegría. Todo el mundo admira su fuerza. Todos anhelan el bienestar que prodiga.
Pero llegar a casa, Lidia se frota la cara con un paño de intimidad que borra su sonrisa, que desvela sus ojeras, que enjuga el brillo de sus ojos, que le hace pequeñita. Y cuando se pincha, expectante, el dedo con una aguja, los niveles invariables le hacen llorar sin consuelo lágrimas almibaradas.
Darlo todo en silencio con una sonrisa y la palabra que alivia pesares, mientras la procesión va por dentro por esa pequeña gota de sangre que da testimonio del mal que aqueja y agrava de apoco el resto de su vida, lo sabe y sufre en silencio. Triste relato y muy real. Un abrazo y suerte Eva.
Hola Moli, muchas gracias por tu comentario. A veces los que menos pueden son los que más dan. Un abrazo!
A tu protagonista se le puede aplicar a la perfección eso de «la procesión va por dentro». Los males físicos que le suceden no dependen de ella, son un carga que sobrelleva sin molestia para nadie. No solo es discreta y elegante, sino que vive volcada en los demás. El primer párrafo es un ejemplo vital de humanitarismo y generosidad que todos debiéramos aplicar. Esa dulzura externa, de cara a la galería, también la tiene por dentro en forma de exceso de azúcar; contrastes de la existencia, que a veces es muy caprichosa.
La trayectoria de un personaje con la mejor de las motivaciones y un mal que le corroe. Está claro que, merecida o no, cada cual tiene su cruz.
Un abrazo y suerte, Eva
Azúcar por todos lados, ya ves. También es una cruz como bien dices Ángel. Muchas gracias por tu comentario hoy y siempre. Un abrazo!
Precioso el relato, Eva, muy lírico y muy dulce, valga el apelativo, no por redundante menos cierto. Y esa gotita de pena al final le da un contrapunto muy bueno a la historia, visto de manera objetiva, aunque personalmente quizá preferiríamos un desenlace más feliz. Pero bueno, así es la vida. Me ha encantado, suerte y un besote.
Muchas gracias Ana María. Me encanta que te guste. A mi también me ha gustado mucho descubrirte en tus textos. Un besote!
Cada vez que acaricia una mejilla húmeda, sonríe, se arremanga en el comedor social, etcétera, etcétera, Lidia rezuma dulzura por los poros, pero ni siquiera lo mucho, muchísimo que hace,le alcanza para bajar esos niveles de azúcar y de diabetes que en la intimidad, y de un pinchazo, le provocan esas lágrimas almibaradas…
Me gusta, Eva, este matiz que muestra el relato: paradójicamente, lo amargo de la dulzura.
Besos y mucha suerte 😘😘😇😇
Que grande, Mariángeles. Has sabido leer lo que quise escribir. Mil gracias por ello y un beso enorme para ti.
La metáfora de tu cuento no pasa desapercibida, Eva. Dulzura repartida a raudales para los demás, mientras que, al llegar a casa, toda ese exceso de dulzura se pierde fuera de lugar. Nada de dulzura para ella, su cuerpo es incapaz de metabolizar el azúcar que de verdad necesita, quizás ese que viene en forma de aprecio, de cariño y de acogida.
Excelente texto.
Un abrazo.
Muchísimas gracias Manoli, encantada de que te haya gustado. Un abrazo grande para ti también.
Muy lindo tu relato, Eva, que encaja a la perfección en el tema de «las apariencias engañan».
Enhorabuena y suerte
Pilar C.
Gracias por leerlo y comentar Pilar C. Un saludo.
Eva , qué buen relato y cuántos merecidos comentarios. En cuanto a las «lágrimas almibaradas» ¡CHAPÓ!
Nos leemos
Gracias Isabel Cristina por tu comentario, me alegra que te haya gustado. Nos leemos 🙂