33. EFEMÉRIDE (Rafa Olivares)
No se recordaban en Sotomonte semejantes festejos en honor de la Patrona. Llegaron gentes de muchas partes, todos con raíces, o parte de ellas, en el pueblo. Salvo la doctora Molina que, aun no coincidiendo con el día de consulta quincenal, tampoco se lo quiso perder. Tomasa, algo sorda, preguntó que cómo era lo de aquel gentío, alguien le respondió que por las redes sociales, pero siguió sin entenderlo. En la romería a la ermita, Cristian, un joven venido de Andalucía que se ocupó de las bombillas, farolillos y banderitas de la plaza, se enamoró de Malena, también nieta de otro lugareño, que había llegado desde Alemania con su grupo de música para amenizar la verbena. Ya no se separaron durante los tres días. Incluso prometieron volver para casarse en aquella ermita. Paulino y Honorio, los más ancianos, no recordaban la última vez que Cupido había estado por allí. Los pasacalles, las tracas, la misa solemne por la Virgen, que hasta vino el señor cura desde la capital a celebrarla, y la tómbola hicieron de aquellas fiestas las de más esplendor de la historia. Cuando todos se marcharon, los diecisiete sotomonteños tuvieron tema de conversación por mucho tiempo.
La felicidad debería ser un objetivo diario, un logro cotidiano, no algo excepcional. Tras los festejos, que quizá tampoco fueron para tanto, afloró la machacona realidad, el problema sin remedio de la España vacía o vaciada, con sus últimos supervivientes, cada vez más aislados, en auténtica extinción bajo muchas capas de olvido.
Un relato original y lleno de contrastes.
Un abrazo y suerte, Rafa
Así es, querido Ángel, la flor de un día de unos festejos frente a la eterna soledad y no pasar nada del resto de vida.
Gracias y un abrazo.
La felicidad son momentos. Y si algo hay en Sotomonte son momentos. De todas formas, esos diecisiete lugareños también tendrán sus ratos de felicidad al recordar los festejos. Un buen texto en el que reflejas esos pueblos y lugares que, por desgracia, parecen destinados a desaparecer, como el pueblo de mi madre por Tierra de Campos o mi querido Teruel. Hasta ellos me has llevado. Gracias, suerte y abrazos, Rafa.
Sin duda, esos pueblos casi vacíos y sus habitantes merecen momentos de alegría y felicidad. Para saborearlos incluso con el recuerdo.
Gracias, tocayo, por comentar.
Un abrazo.