44. El caso es quejarse
La cola era interminable. Bajo el sol abrasador de finales de un verano especialmente tórrido, la gente parloteaba sobre el desmesurado bochorno que había marcado sus vacaciones estivales. “Es que esto no es normal”, era la protesta unánime.
Resguardados bajo sombreros de paja o detrás de gafas de sol, agitando con empeño variopintos abanicos, vigilaban el enorme reloj colgado sobre la puerta, exasperados porque el flemático minutero no terminaba de alcanzar la verticalidad. Al fin, el “clic” de la aguja al llegar a las doce fue seguido por el “clic” del pestillo de la puerta al desbloquearse, desatando un suspiro de alivio colectivo.
La cola empezó a avanzar y, por riguroso turno, todos fueron cruzando el umbral en ordenada estampida, huyendo de las elevadas temperaturas exteriores. Desde su trono de piedra, mientras los veía retomar la rutina diaria de la condena asignada a cada uno, Lucifer sonreía, contando los minutos que tardarían en empezar a renegar de sus respectivos fuegos infernales y añorar el denostado calor vacacional.
Salen de una y se meten en otra peor, en el peor de los lugares en el que alguien podría meterse.
Es cierto que nunca estamos conformes con nada y nos quejamos de todo, pero también es verdad que siempre se puede estar peor, de lo que podríamos deducir que ese consuelo debería ser un acicate a tener en cuenta para ser menos infelices.
Un abrazo, Ana María, cálido, como corresponde. Suerte
Pues sí, quejarse es un deporte muy practicado por el común de los mortales y parece que Lucifer (que sabe más por viejo que por diablo) lo tiene más que comprobado.
Muchas gracias Ángel, un abrazo para ti también.