EL ÉXITO
Mi falta de estudios no ha sido un obstáculo para prosperar en la vida, pues he subido modestos peldaños que mejoraban el bienestar de los míos, pobres huerfanitos a los que siempre les recuerdo la importancia de trazar líneas rectas y medir los ángulos.
Todo comenzó cuando, en el entierro de mi difunta esposa, un cuñado reparó en lo bien que había excavado su sepultura, un perfecto rectángulo hecho al milímetro para el féretro de pino. A los pocos días, respetando el preceptivo duelo y conociendo mi precariedad, un tipo que decía conocer a ese familiar me llamó para proponerme un trabajillo en el extrarradio: pago en metálico, discreción, posibilidad de más colaboraciones. Se trataba de ahondar unas cuantas fosas bien alineadas. Pan comido.
De repente, mi monótona vida de enterrador me llevó a ser reclamado para servicios similares y a formar una brigada que pudiera dar abasto a tantos pedidos. En mi agenda había números importantes, y para premiar mi discreción, me ofrecieron un traje y un despacho. Fui en las listas electorales, conseguí una concejalía y ahora tengo muchos consejeros a mi alrededor.
Mi mujer descansa ahora en un mausoleo. Y todo gracias a la geometría.

