29. El extranjero
Desde la puerta, todo parece normal. Como en tantos pueblos, la despoblación ha hecho estragos y quedan cuatro para la partida de tute, todos de avanzada e indeterminada edad. Muchos marcharon y pocos volvieron. Ahora se han vuelto a abrir algunas casas, pero es otra historia.
Calle arriba están los de Madrid, los hijos del Facundo, que vienen en verano. Y han vendido el molino.
– Dicen que van a montar una casa rural – explica la Aurora mientras ordena las cartas con sus temblorosas manos.
– Al final se nos llena el pueblo – masculla Fidel sin dejar caer el palillo entre los dientes
– Ya marcharán – sentencia Eusebio. Fue alcalde cuando había Ayuntamiento y le queda un cierto aire.
Rogelio nunca habla. Mira las cartas como si en esa mano fuera el futuro de la comarca. Y controla la puerta, como siempre, por si vienen a buscarle. Secuelas de la guerra. Añoranza de años con la Eufrasia que no le dejaba beber.
Y yo, desde la puerta, pido un chato y me acerco solitario a la barra. Ya les contaré algún día quién soy. Quizás cuando quede un hueco libre en la mesa. Porque no pienso marcharme.
Los últimos supervivientes de un lugar y una forma de vida que desaparece. Estos personajes son conscientes de los cambios, pero viven como si fuesen impermeables a ellos, más anclados al pasado que al presente y no digamos al futuro. A ninguno parece extrañarles la presencia de un extranjero, al que, si no me equivoco, consideran algo tan natural como lo que es, la misma muerte, que de momento solo les observa, pero poco a poco les irá convocando, todos lo saben.
Un relato lleno de contrastes de tiempos y costumbres, aunque el destino final de cada uno nunca cambiará.
Un abrazo y suerte, Mar
Gracias Ángel por estar siempre ahí. Es genial volver a leer el relato con tus ojos
Un abrazo.