68. El hombre perfecto
Se puso de moda hacerse con un hombre perfecto. Como se servían debidamente tuneados según las preferencias de cada clienta, la buena de Matilde encargó el suyo. Fue muy exhaustiva a la hora de enumerar todas las virtudes que debía reunir su androide. Además tuvo el capricho y así lo hizo constar en el apartado “peticiones especiales”, de que llevase su nombre, el de ella, tatuado en el hombro izquierdo con una rosa encarnada sustituyendo al punto de la i.
Al principio se sintió la mujer más feliz del mundo con su nueva adquisición y disfrutó entusiasmada de una luna de miel repleta de pasión y atenciones junto a su chulazo a medida, pero programado para complacerla en todo sin disentir en nada, pasado no mucho tiempo le resultó tan previsible como empalagoso y optó por desconectarlo y arrumbarlo en el trastero. Fue entonces cuando sintió la necesidad de volver a los garitos de la noche en busca de algún hombre imperfecto de esos de los que tanto había renegado, sin saber que, debido a la gran demanda producida en las últimas semanas, ya no quedaba ninguno disponible.
Está visto que la perfección no existe, porque incluso en el caso de que se diera, también cansaría. Tu relato muestra que nunca estamos conformes con nada. También, que las personas son únicas y cada una lo es a su manera, no puede ser sustituida por ningún artilugio o invención.
No sé si soy quien para decir que tu relato es perfecto, o se acerca a ello, pero sí me atrevo a afirmar que te ha quedado redondo, con esa reivindicación de los supuestos defectos, necesarios para conformar la personalidad que nos distingue y define.
Un abrazo y suerte, Alberto
Puede que la perfección nos resulte tan mortalmente aburrida que acabemos añorando lo imperfecto. Con la idea de que sólo en lo defectuoso encontramos nuestro verdadero lugar y nuestro sentido, he escrito este relato. Me alegra mucho que hayas sabido interpretarlo tan bien como ya nos tienes acostumbrado y te agradezco tus generosos elogios. Un abrazo, amigo Ángel.
Pues es un alivio que la perfección no sea tan deseable como cabría esperar, porque si no, ¿qué sería de la mayoría de nosotros, pobres mortales imperfectos?
Un micro ágil y realista, con un final de «chapeau». Enhorabuena y mucha suerte, Alberto.
Dí que sí, Alberto, que la perfección es tan aburrida como repelente. Además, ¿con quién íbamos a practicar el sano hábito de discutir?
Yo también prefiero la imperfección.
Un saludo y suerte.
Un gran relato con un alegato a la imperfección, con la que nos sentimos todos muy identificados. Muy ameno, ágil y con un final muy bueno. Como siempre con tu maestría. Suerte con él. Un abrazo.
Gracias Ana María, Rosalía y Pablo. Los tres hacéis alusión a ese tema de la imperfección en torno al cual gira el relato. Creo que finalmente todos coincidimos en que son esos defectos que nos alejan de la perfección los que ponen sal y pimienta en nuestras vidas. Abrazos a los tres.