39. EL IMPRESOR
No había dormido en toda la noche.La montaña de paquetes crecía,amontonados en pilas ordenadas al costado de la máquina.
Parecían multiplicarse mientras pasaban las horas .Lo invadían todo.
Aún le faltaban quinientas hojas por imprimir;el olor a tinta se le pegaba en la piel y le ardía en las narinas.
Necesitaba parar porque sentía cada vez más pesados los párpados,la visión se le estaba llenando de manchitas negras que bailoteaban en el aire.
Sabía qué era eso,el médico le había dicho hace mucho.Se fregó los ojos mirándose al espejo,se lavó la cara.
Tomó un mate y continuó.No dejaba de decirse que debía terminar antes de las seis de la tarde.Ella vendría a esa hora a buscar el trabajo y él era un hombre de palabra.
El vaivén del rodillo y el traqueteo de la Minerva lo nanaban peligrosamente.De pronto,todo quedó a oscuras.
No sintió nada más que la sangre caliente corriendo por sus manos y cayó.El aneurisma lo bordaba todo.
Su mujer lo encontró tirado entre las páginas prontas.Cuando lo llora aún se pregunta si el precio pagado por la palabra empeñada no fue demasiado.
La imprenta ya no tiene quien la atienda.
Excelente Macarena!Abrazos poblados de letras !
Pues una historia con al menos un mensaje muy claro. De esos que te dicen muchas veces, que tú mismo dices muchas veces, pero que a los cinco minutos se te olvida. Tu relato lo ha enmarcado para que lo escuchemos una vez más. Prometo, esta ves, intentar hacerle caso. Muchas gracias y mucha suerte 🙂
si, es importante saber desconectar; tu nos cuentas bien. Suerte y saludos
Macarena, has reflejado muy bien el sentido de la responsabilidad y del honor de algunas personas. La palabra dada es un contrato irrenunciable. Muy bueno. Abrazos.
Muchas gracias a todos y cada uno de los que han comentado sobre el relato.Me da ánimos para seguir escribiendo. 🙂