45. El minero
Llevaba un rato despierto pero, tan cansado como estaba, no se decidía a abandonar la tienda. Cuando por fin lo hizo, advirtió que el cielo seguía cubierto con una capota gris. Al menos ya no nevaba. Despertó a los perros y les arrojó un poco de salmón seco: se estaba acabando. El día anterior había tenido que sacrificar a Iluq, el magnífico husky por el que había pagado 350 dólares en Skagway. Era el quinto animal que perdía. Cargó el trineo y colocó el arnés a los perros. Les costó arrancar, pero no tardaron en iniciar un ligero trote. Buenas bestias. Llevaba dos días siguiendo un rastro en la nieve. Al principio pensó que se trataba de otro solitario aspirante a minero, pero ahora estaba seguro de que había por lo menos tres trineos. Quizá los alcanzara ese día.
Avanzó durante unas horas, hasta que divisó el cuerpo congelado de un husky: los del otro grupo también estaban pasando por dificultades. Aprovechó para descansar. De nuevo recordó a Iluq: siempre había creído que era el más robusto de todo el tiro. Comenzó a sentir frío.
–Vamos, adelante –gritó.