43. EL PAÍS DE LA CANELA (Belén Sáenz)
«Más ponzoñosa es la fiebre de la canela que la del oro», decía nuestro capitán. La encomienda era encontrar bosques inabarcables de ese condimento sublime al oeste de Cuzco, pero no hallábamos sino unos pocos ejemplares agostados. Desencantados, nos adentramos en una selva extraña y bella, con una densidad que extasiaba los sentidos y hacía olvidar el abrazo de la anaconda y las lianas que se desmadejaban a nuestros pies. La fama de las enigmáticas Amazonas revivió nuestras armas cansadas y nuestro ardor embotado. Nos recibieron con cerbatanas y flechas y respondimos, viriles, con ballestas y arcabuces hasta perforar flores escarlatas en sus pieles desnudas, de un tono pardo como la especia que perseguíamos. Finalizada la lucha, amontonamos los cuerpos de las guerreras, que desprendían un aroma dulce y antiguo, en forma de pirámide. Fray Alonso les hacía la señal de la cruz en la frente con su propia sangre antes de acercar la tea. Permanecimos allí hasta la caída de la tarde, cuando se acalló el chillido de los monos. Recogimos sus cenizas en un cofrecillo y, sin mirar atrás, proseguimos nuestra expedición por el río grande, que seguía amarilleando sus aguas con el resplandor de las llamas.