28. EL ROSARIO (Ana Tomás García)
La culpa fue de Edgar Allan Poe, pero sobre todo, de uno de sus relatos. Yo ya había comenzado la colección (gracias a mis hermanos pequeños y aquello del ratón, ya me entienden) mucho antes de leerlo; no podía desprenderme de aquellas piececitas que tanto significaban y las fui guardando envueltas en un pañuelo, en el fondo de un cajón. Pero aquel cuento de Poe me sometió a un hechizo tal, que para ampliar mi colección y darle más valor, tuve que desprenderme personalmente de dos piezas fundamentales y tres piezas secundarias, para añadirlas, paradójicamente, a las que ya tenía; y como mi intención era lucirlas algún día a la vista de todos, las llevé a una joyería para engarzarlas en plata y convertirlas en rosario, como cantaba Juanito Valderrama, pero la muchacha que me atendió puso muy mala cara al verlas (sobre todo por mis magníficos incisivos, que entre corona y raíz tienen dos buenos centímetros). En fin, que al final tuve que comprarme una Dremel, y en esas estoy, taladrando dientes con la precisión quirúrgica que pondría un orfebre para que ninguna de las piezas se malogre y puedan finalmente lucir en todo su esplendor.