81. El sentimiento veleidoso
«Me gusta tu hermano». El tono fue considerado, pero en la mente de Pedro resonó con la estridencia de un portazo. Aquel verano, Elena había dispensado a ambos las mismas sonrisas y gestos de complicidad y, sin embargo, a pesar de ser como dos gotas de agua, de que se comportaban de forma tan similar que, a menudo, ni su propia familia podía distinguirlos, la balanza había favorecido al de siempre.
Desde aquel momento, una pregunta llenó los insoportables desvelos de Pedro; una duda que con el tiempo, devino en obsesión. Se entregó sin descanso a observar minuciosamente el trato de su hermano con Elena hasta que adquirió el convencimiento firme de que la elección había sido totalmente arbitraria. Entonces anunció que se iba una temporada a Francia, apuñaló a su hermano y lo suplantó, sin que Elena diera muestras de siquiera vislumbrar la mentira.
Una mañana, Pedro se encontró con los armarios vacíos y un papel con horarios de vuelos a Francia. Garabateada en el dorso, una frase lo sumió en un lúgubre desengaño, aquel que se abre camino cuando comprendemos que ciertas respuestas que perseguimos durante media vida nos eludirán para siempre: «Me gusta tu hermano».