17. El tejo de Lebeña (Jesús Alfonso Redondo Lavín)
Triste está Doña Justa. El conde de Liébana, su esposo Don Alfonso, lo sabe y como aquel califa que cubrió de almendros Medina Azahara para curar el alma de su amada norteña, mandó traer la más hermosa de las olivas de Lucena para plantarla junto al camino de pasos y rezos del templo.
El Tejo, dueño del lugar, harto de herboleras que para conjurar bienes o males le sacaban sus untos, quedó admirado cuando aquel primer mayo descubrió la belleza de su nueva vecina. Él que nunca tuvo flores la vio vestida como una novia envuelta en su mantilla de encajes de floridas rapas blanquecinas y quedó prendado. Amoroso la protegió de vientos, nieves y celliscas y lanzó sus raíces, con la parsimonia propia de su raza, hacia las de su amada. Cuántos nudos tejerían juntos bajo tierra. Y pasaron siglos de romance hasta que el tejo sucumbió en la peor tormenta del milenio. El lugar es santo y propicio para resurrecciones. Solo una rama, replantada, se recupera lentamente y la oliva, por San Miguel, continuará regando con sus aceitunas el camino y su renacido compañero mostrará sus arilos de colorines que solo los pájaros negros saben comer sin daño.
Dos árboles tan distintos y, sin embargo, tan cercanos, que demuestran que existen muchos tipos de atracción y de pasión.
Otro capítulo más de esa memoria que mantienes viva al materializarla en letras.
Un abrazo, Jesús
Ángel, siempre fiel a la lectura de todos los relatos. Eres grande Don Ángel. Gracias
Me ha gustado mucho este amor clandestino y montaraz. Una micorriza para dos, una simbiosis de cariño. Desconocía la palabra arilo.
Mucha suerte Jesús!!
Abrazo!!
Te agradezco mucho que te pares a leer mis relatillos. Gracias Juancho.
Qué bonita historia de amor vegetal. He leído que los árboles se comunican por sus raíces, como tu tejo y la oliva. Un abrazo, Jesús
Pues esta es una de muchas leyendas de nuestra tierra. El olivo fue cortado hace muchos años pero surgieron de su tronco dos ramas que son las que hoy podemos ver y el esqueje del tejo sigue creciendo para perpetuar la leyenda. Gracias por comentar, Paloma.
Hola Jesús. Una preciosa historia de pasión enredada bajo los pies de ambos. Un relato en el que, a su modo, intercambian sus papeles de protector del otro. Y me encanta el tono en el que lo has escrito. Abrazos y suerte.
Leer tu apellido me ha llevado a mi juventud en Bilbao, donde en la calle Aguirre había una hermosa tienda de muebles y decoración con ese nombre tan poco común.
Gracias por tu tiempo y por tu comentario. Saludos.
Venciendo la sensación de ridículo, tan negativo en mi generación, me he lanzado a veces a abrazar el tronco de los árboles para demostrarles, si es que llegan a sentirme, todo el cariño y la admiración que siento por esos seres vivos que, impertérritos, concienzudos, estáticos, contemplan nuestras locuras y vaivenes de niños maduros. En tu escrito me he identificado con la idea de hurgar en sus raíces (nunca se me había ocurrido) y has conseguido, a lo calladito, que presienta esa vida en profundidad. Gracias esta vez por transmitirme tu imaginación.
Pero bueno, ahora te da por abrazar árboles. Pues ten cuidado no te vayan a tirar sus taramas que la Filomena los ha dejado muy enquencles. Y no te aplaudo eso de hurgar en sus raices, que como buen funcionario de obras públicas, tú y los de tu profesión reiterativamente autorizáis a esos abridores contumaces de zanjas urbanitas tan a menudo por el solo capricho de dar entretenimiento a los jubilados mirones. No obstante sí que te aplaudo que los hurgues en el monte, puede que te topes con trufas hipogeas y abras un negocio. Gracias por tu comentario, lo estaba esperando. Un abrazo Miguel.