68. El yayo prodigioso
El día que mi abuelo dio el estirón fue uno de los más increíbles de mi vida. Hablé con él por teléfono, y aún recuerdo el tono de su voz mientras me contaba sus primeras sensaciones. Se me han puesto los huesos rectos, hijo, y después han empezado a crecer y a crecer. Tenéis que venir, todos aquí están alucinando. Creo que lo tengo controlado, pero me da miedo de que mi piel no pueda dar más de sí, me decía, emocionado. Yo supliqué a papá y, como además era su ochenta cumpleaños, le llevé un balón de baloncesto, por si de pronto se convertía en pívot del Madrid.
Al llegar, fue alucinante. Las cuidadoras estaban cantando Cumpleaños Feliz, y él, al vernos, comenzó a erguirse como uno de esos muñecos de viento. Debía medir tres, quizás cuatro metros. Aunque mi padre, de regreso, dijo que no era para tanto, que como mucho había crecido algún milímetro.
Pero mi yayo es increíble. La semana pasada le salió una cabeza nueva, y hoy me ha llamado diciendo que está embarazado, que pronto tendré otro tío. Que se lo diga a papá, para que vayamos antes de que nazca su hermanito.
Una cosa no le falta a este abuelo: imaginación, que siempre es un regalo, para él mismo y para los demás. Merece que la familia le visite de forma regular, esos son los verdaderos momentos únicos. Y para imaginativo tu relato.
Un abrazo, suerte y feliz 2025, Alberto
Muchísimas gracias, Ángel, cuando escribía lo del balón de baloncesto pensé en tu hijo y en aquella conversación que tuvimos sobre basket, jeje.
Me alegra que te haya gustado el micro.
Un abrazo y feliz 2025