85. Emergencia en la Mancha
En su cabeza se mezclaba dolor y aturdimiento; solo recordaba los mandobles recibidos por unos voladores palos negros que repartían con gran destreza unos caballeros de refulgente armadura. Él, que solo buscaba atacar a los malditos aerogeneradores, blandió una cadena con la que atarse y acabar con ellos al grito de “contra la contaminación visual”. La defensa de su ejército impidió acercarse a la base de esos enormes monstruos. Ahora, trataba de recuperarse tendido en el suelo. Reconoció enseguida a su amada, que se mostró sorprendida cuando le llamó por su nombre, “mi Dulcinea”. Ella le acarició el pelo, apartándolo, para comprobar las heridas. Iba vestida con un brillante chaleco donde figuraba su nombre en el campo de batalla, SAMUR. Le acompañaba Sancho, “ENFERMERÍA” como apodo a en su espalda. Con la habilidad de todo buen escudero me ayudó a recuperar compostura y acercándome a mi corcel me montó diligentemente. Los ojos de mi Rocinante brillaban, color oro, de alegría y con un extraño e insistente relincho nos alejamos galopando velozmente, dejando una estela de polvo dirección a un lugar seguro. En voz queda, para no molestarme, puede escuchar a Sancho y Dulcinea: “Tira para el psiquiátrico”.
Un protagonista con buena intención, que se enfrenta contra modernos molinos que él identifica con gigantes, una lucha estéril y solitaria, que hace que a ojos de los demás le tilden de loco tras aporrearle los antidisturbios, mientras él ve en quienes le procuran unos primeros auxilios a la dama de su corazón y a su escudero.
Un salufo y suerte, César
Ay, César, lo he visto todo como en una película, y al final lo de «Tira para el psiquiátrico» me ha hecho sonreír. Gracias!
Un abrazo y suerte.