65. En modo mute
No sé si fue el portazo que di al salir o que algún Dios incongruente decidió bajar el volumen de nuestras vidas, pero de un día para otro o el mundo se convirtió en un lugar silencioso o los dos nos quedamos sordos. El caso es que de repente volvió la calma, cesaron las obras, la tele ya no se oía y el bebé dejó de llorar. Ella intentaba explicármelo, aunque yo no podía entenderla; al abrir la boca de mis cuerdas vocales no salía nada. Tuvimos que comenzar de nuevo. Era tan gracioso vernos gesticular y utilizar cartelas para comunicarnos, como si estuviésemos en una de esas películas de cine mudo. Con el tiempo hemos aprendido a leer en los labios y a decir te quiero y pedir perdón en el lenguaje de signos. A veces, me coge por la cintura y, en un gesto de compenetración perfecta, recordamos aquella canción que nos sabíamos de memoria. Resulta tan romántico vernos bailar en silencio. Ya apenas ponemos la tele y por las mañanas, como el despertador nunca suena, nos quedamos en la cama haciendo el amor. Solo tengo que cerrar los ojos para volver a escuchar sus gemidos.
Siempre digo que si me faltara algún sentido que fuese el oído, porque para lo que hay que oír… pero nunca la vista, para no perderme un relato como este, con unos personajes que se reinventan felizmente viviendo sin necesidad de palabrería innecesaria
Un abrazo, suerte y feliz 2023, Ernesto.
Buen texto, buen comentario.
Nada ahi que añadir, un silencio respetuoso.
Ernesto, qué texto tan bonito y qué final tan maravilloso. Lo he disfrutado mucho. Nos leemos