ENTCerrado 0: Especial A Curuxa
Con motivo de dar la bienvenida a Esta Noche Te Cuento al nuevo patrocinador del concurso, el alojamiento A Curuxa , la sección ENTCerrados convoca una propuesta especial de este establecimiento con las siguientes condiciones.
- El PLAZO del concurso será el mes de diciembre completo
- Sólo se podrá participar con UN ÚNICO RELATO por autor/a
- Habrá un PRIMER PREMIO que consistirá en 2 noches de alojamiento en el hotel A Curuxa y la inclusión del relato en el recopilatorio de 2018 y un SEGUNDO PREMIO que consisitirá en la inclusión del relato en el recopilatorio de 2018.
- El JURADO estará compuesto por representantes de Esta Noche Te Cuento y del alojamiento A Curuxa.
- EL RELATO debe publicarse por los participantes como comentario a esta convocatoria, y no puede exceder de las 100 PALABRAS, sin incluir el título ni las frases propuestas.
El relato debe comenzar y terminar con las siguientes frases
INICIO:
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba
FINAL:
desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
1 JUEGO DE NIÑOS
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba los dedos de la mano derecha y nunca salía la cuenta. Se divertía mucho con esta broma, mientras yo me limitaba a exhibir una sonrisa condescendiente. Sin embargo, el abuelo se ponía muy serio cuando describía, con todo lujo de detalles, el asesinato de la señora Gil. Apenas había datos demostrados, pero eso al anciano no le impedía soltar su perorata plagada de detalles inventados, cada cual más truculento y absurdo, sin detenerse a pensar en lo inadecuado que resultaba para mis oídos inocentes. Mi tormento terminaba al escuchar la última frase de la historia, tantas veces repetida: «desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos».
2 RELATO DE LAREIRA
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba, que los búhos en noche cerrada y cerca de las casas, anunciaban la muerte de algún vecino.
Me hizo aprender el refrán “Curuxa noiteira, malladores á eira”, mientras que con sus manos nervudas, me agarraba la cara y me despeinaba, emitiendo una especie de graznido.
Con el vello erizado, salía como alma perseguida por la Santa Compaña y me refugiaba en mi cuarto.
He vuelto a Arzúa este puente de los Santos y al coger la aldaba de la casa de mi abuelo, un siseo me produjo un estremecimiento. Sonaron las campanas, me eché a llorar y al girarme, desde el borde del camino, los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
3 DE FERIA EN FERIA
Cuando era pequeña, mi abuelo Luís me contaba hasta cien, a la fresca de las noches de verano, para que me escondiera. Aún deben seguir buscándome. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
4 ARRAIGO
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba cómo hacerme amiga del eco, del murmullo del arroyo y de la luz del atardecer. De su mano aprendí a leer cortezas de árbol en otoño, a peinar espigas en primavera, a domar luciérnagas y renacuajos en verano. Él sabía hablar con los copos de nieve para que, en invierno, no arruinasen las dalias de la abuela; y con las golondrinas, que siempre hacían sus nidos en el alero de mi ventana. Hoy he traído al pueblo a mi hijo por primera vez, otro Luis, que también tiene sus ojos azules. Y aquí seguía, escondido en la brisa, acariciándonos. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
5 DESPEDIDAS
Cuando era pequeña mi abuelo Luis contaba una historia que me hacía sentir el delicioso espanto de lo sobrenatural. Luego la fui olvidando al tiempo que mis vestidos se volvían chicos y mis pechos grandes.
“Una tarde en mi juventud –decía– cuando regresaba a casa, me encontré por el camino con mi prima Dalia. Me extrañó verla porque conocía su grave enfermedad. Ella se paró a decirme adiós y continuó andando en dirección contraria. Cuando llegué, mi madre estaba llorando. Dalia acababa de morir.”
Años después, recordé sus palabras al verle erguido y sin su andador caminar hacia mí. Comprendí que mi abuelo venía a despedirse.
Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigo.
6 AL OTRO LADO DE LA LUNA
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que cuando no podía dormir subía al desván de su casa en el pueblo. Allí se encontraba con un ser mágico, de luz y palabras, que le acunaba hasta que las estrellas se iban de nuevo al otro lado de la Luna.
El tiempo voló, yo crecí y mi abuelo se fue, uniéndose a las estrellas.
Sus relatos me acompañaron siempre. Miraba al Cielo punteado de blanco y ahí estaba él, guiándome con su luz.
En mis momentos malos siempre acudía allí. Y mi abuelo me confortaba.
Mis hijos me miran raro.
Pero yo siempre les repito que es cierto; desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
7 … Y LA INJUSTICIA OLÍA A MENDRUGO DE PAN
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que la pobreza era su único traje, que el hambre era un perro rabioso y que se puede pedir, más nunca robar.
Y él pidió infinitas veces.
Pero una mañana, la mujer del alcalde le entregó un trozo de pan y quiso algo a cambio. Él se negó, y ella, sintiéndose rechazada, le arrojó por encima todo tipo de embustes y acusaciones.
El «boca a boca» hizo el resto del trabajo.
Y mi abuelo, para salvar su vida, huyó a lo más profundo del bosque.
Y llorando se preguntó por qué le llamaban «el hombre del saco».
Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
8 Testigo de los sueños
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que en el pueblo había un árbol especial. Colocaban cintas en sus ramas desnudas mientras pedían un deseo en las noches de invierno, bajo la luna y las estrellas de testigo. Se contaba que si aguantaba anudada cuando las hojas renacían, el deseo se cumplía.
Tras décadas sin pisar mis raíces, la casa familiar resulta extraña en la soledad de saber que mi abuelo reposa ya junto al resto de la familia.
La silueta esquelética me recibe, busco una rama fuerte donde anudar mi deseo: volver en primavera con el niño en brazos, que ahora patalea en mi vientre.
Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
9 SILENCIOS
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que el bosque que circundaba el pueblo estaba maldito, que jamás me adentrara en él. Tiempo atrás, varias niñas desaparecieron sin dejar rastro; nunca encontraron sus cuerpos.
Ahora, la enfermedad ha enmudecido su garganta, su mirada yace sin brillo. Solo al enseñarle el pequeño cofre que he encontrado en su habitación, con varias pulseras, medallitas y cintas de pelo, sus ojos vuelven momentáneamente a la vida.
Me adentro en el bosque sin miedo; conozco al monstruo. Con la mente embotada de sentimientos, entierro el joyero junto a mi conciencia. Escucho el ulular de la noche y pienso que, tal vez, desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
10. En los campos
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba en alemán las estrellas que caían en la cesta de mimbre. Una noche las tomó en la palma de la mano con delicadeza, como si las conociera. Trenzó con ellas arcoíris y me los puso en el pelo. Combinaba todos los colores, pero con el roce del amarillo se le erizó el vello de los brazos y un gesto agridulce ocupó su rostro hasta que un nombre aciago, indigesto se escapó de sus labios. Auschwitz. Lloramos abrazados por Sara. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
11. SERENO Y ANIMADO
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que una vez acompañó a su mejor amigo a visitar a una pitonisa.
Pese a recibir una mala predicción, ese joven sensible y creativo no se entristeció. Al contrario, saber que su existencia no sería larga hizo que aprovechase el tiempo con entusiasmo. Terminó el Romancero gitano; los teatros se llenaron de mujeres como las de La casa de Bernarda Alba.
Escribió las obras que quiso, sin sufrir la decadencia de la vejez. Los soldados sintieron que era imposible silenciar en una cuneta a alguien así. Sus disparos terminarían de hacerle inmortal. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
12 Victoria
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que, tal vez por curiosidad, nací un mes antes de lo previsto y que me negué a llorar con la misma tozudez que, años después, me empeñé en ir a la escuela.
Aquella noche de agosto, dejaron la puerta de la cabaña abierta para que mi madre, desde el catre y en pleno parto, pudiera ver la lluvia de estrellas que iluminaba el valle. Y, mientras se escuchaban sus quejidos y disparos en el monte, oculto en los maizales, mi padre celebraba su única victoria y, escribía, ya herido de muerte, mi nombre sobre la tierra. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
13 HISTORIAS DE MI ABUELO
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que había adoptado a una vaca como mascota.
Le compró un precioso collar, a juego con una camiseta que él tenía y cada día iban juntos a pasear y mirar escaparates.
La vuelta a casa era muy graciosa porque Vaquita se hacía de rogar igual que los niños cuándo no quieren volver del parque.
Subían en el ascensor y al llegar, como no hay nada más reconfortante que una bebida caliente, se preparaban una infusión con sacarina para guardar la línea.
Y así,los dos sentados en el sofá con sus mantitas, se contaban anécdotas y reían sin parar. Mientras, desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
14 El minero de las palabras.
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba con su voz de humo las aventuras que le ocurrían en el bosque mientras hacía carbón. Recuerdo la del unicornio, pero mi favorita es la del gnomo académico que buscaba nuevas vocales para su mina de palabras. Le dijo que se dirigía al Cantábrico a ver si una caracola le proporcionaba la que le faltaba. A media tarde, el enanito volvió dando saltos por la vereda pues había encontrado la «u». Gritaba que con ella podría extraer nuevas palabras: luz, cruz, guau, miau y ¡ulular!, ¡el sonido de mi ave favorita! Para disipar mi incredulidad mi abuelo afirmaba que desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
15. DUELO
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba curiosidades sobre los animales. Así supe que el corazón de un canario late casi mil veces por minuto y que las hormigas no duermen. También que se asegura que el canto de una lechuza durante muchas noches seguidas presagia una muerte. Pero el abuelo me contó que era una creencia equivocada. De hecho la calurosa noche que él falleció ni siquiera se escucharon grillos ni chicharras, todos los animales se congregaron alrededor de la casa en reverente silencio. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
Sapos e bruxas
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que se escapó del caldero de unas brujas que, enojadas, le lanzaron un hechizo que no logró escuchar. Mi abuela lo encontró asustado, en un rinconcito del jardín, y, enternecida, lo llevó con ella. Un día le dio un beso de amor, se hizo hombre y tuvieron una vida feliz. Yo escuchaba su historia embelesada.
Pasados los años, en un paseo por el campo, mi pequeño se lanzó sin pensarlo en una charca y pasó lo inevitable. Aún vive con nosotros en un gran terrario, hasta que cumpla los dieciocho, claro. Pocos lo creerán pero desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
17. HECHIZO
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba, con el semblante perdido entre las luces del recuerdo, que jamás había sido infiel a la abuela, mas no podía evitar que su mirada se posara en el infinito y soñara despierto con otra. El día que enviudó, Silvia le dio el pésame al tiempo que se encabritaban sus almas y miles de mariposas salían de las yemas de sus dedos. En el recodo del bosque, dieron rienda suelta al revoloteo del deseo y, aunque siempre creyó que nadie se había percatado de aquel encuentro, el cuerpo reencarnado de mi abuela, mientras me da lecciones de brujería, asegura que desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
18. LA VENGANZA
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que a todo cerdo le llega su san Martín y que «cría cuervos y te sacarán los ojos». Lo de los chones estaba bien, porque después de la matanza la abuela hacía unos chorizos riquísimos.
En cuanto a las aves, no me daban ningún miedo hasta que un día mi hermano Fito cogió prestada la escopeta de perdigones de mi padre y nos adentramos en el bosque. Mientras yo camelaba a unos pájaros alimentándolos con un panecillo él disparó y mató a dos de un tiro. Desde entonces no se van de mis pesadillas mochuelos, cárabos y búhos, pues desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
19. HASTA MAÑANA
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba la verdad. Era el único que lo hacía. Todos decían que era muy niña y cuchicheaban entre ellos cosas de mayores. Yo pillaba al viento palabras sueltas, interpretaba los gestos y tejía historias.
Cada tarde salíamos a pasear y le contaba mis investigaciones, grandes dramas o tíos millonarios allende los mares. Reíamos juntos y hablábamos de todo, menos de su enfermedad.
Todo fue verdad. Siempre. Hasta ese último “mañana seguimos” que no pudo ser. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
20. BAJO SUS ALAS PROTECTORAS
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba historias de A Curuxa, una mujer temida y solitaria que andaba por los bosques y que, según las malas lenguas, volaba desde el anochecer.
Cuando se perdió el niño huérfano, los aldeanos sospecharon enseguida de ella y salieron a buscarla. Después de varios días sin rastro de A Curuxa, fueron tras una bandada de aves nocturnas y por fin, en lo más profundo del bosque, hallaron al crío: sin un rasguño, bien alimentado y ululando feliz. Pero tuvieron que volver a casa, resignados, sin el niño, porque nada más verles echó a volar. Le siguieron todas las aves, menos una. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
21. FRONTERA
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba cosas increíbles como que el bosque que veíamos desde la cocina no existía. Yo sospechaba que me mentía, así que una noche me escapé para comprobarlo. Caminé a la luz de una linterna, crucé riachuelos y llegué hasta la primera línea de chopos. Me sorbí los mocos antes de adentrarme en la arboleda, con el valor impostado de los actos que casi nadie recuerda. Amanecía cuando regresé a casa; fui a su dormitorio y allí los ojos vacíos del abuelo me preguntaron: «¿Tú quién eres, niña?» Ya no existía para él. Desaparecí en el bosque, como mis padres tiempo atrás. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
22. SOLINA VIVE EN LAS AFUERAS
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba cómo conoció este lugar. Aseguraba que aquí, junto al camino, viviría a salvo. De noche, me decía, son muchos los que transitan la ruta.
Esta madrugada, con el mejor vestido y una sonrisa, me acerqué hospitalaria. Prefiero a los extranjeros, se confían cuando les ofrezco una ducha caliente y cena en mi compañía.
El de hoy receló hasta que serví los licores en la terraza. Tras la segunda copa, por fin, se inclinó para besarme. Las meigas nos vigilaban. A partir de ahí todo fue sencillo, y el sabor de su sangre macerada en el norte sació mi deseo. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
23. ALTRUISMO
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba cosas sobre mi madre. De lo mucho que me amaba. De su coraje. Apenas tenía seis meses cuando me metió en el capazo y me dejó en su casa. De su generosidad con todos, para que nadie penara con su inevitable ocaso. Excepto él, nadie la entendía y yo tuve que crecer para hacerlo también; entender que quisiera desaparecer, dejarse ir.
Pero el abuelo no fue el único que la vio marchar, sola, con un pañuelo cargadito de pena en una mano mientras con la otra se estiraba bien el de la cabeza, también, desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
24. LA AVENTURA DEL ABUELO
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba su mejor aventura, junto a la chimenea. Se sentaba en su butaca, dejaba su taza en la mesita de mimbre, dejaba la mirada perdida en el fuego, achicaba los ojos para no olvidar, y comenzaba. Sus palabras decoraban mis tímpanos con una fronda de pinos y senderos, avivaban el viento, apagaban la luz del horizonte, encendían la luna. De su voz grave salía el niño perdido, el aullido del lobo, los truenos lejanos, el susurro de la lluvia. El niño siempre regresaba a su hogar. Pero un día no volvió: después de sonreír, se alejó por un punto de fuga. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
25. EN EL CAMINO DE SANTIAGO
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba historias del Camino de Santiago. Me dijo que él mismo anduvo una jornada con un hombre que se había echado al Camino después de discutir con su mujer, y que poco después de atravesar Arzúa, en un recodo en medio del bosque les sorprendió una estela de piedra que recordaba a un joven sacerdote que había muerto allí. Cuando vio su nombre, al peregrino se le humedecieron los ojos: era el mismo que le había casado.Después de meditar un rato, sintió que debía llamar a su mujer para contárselo y quedar con ella tras llegar a Santiago.Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
26. PECADOS MORTALES
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que los animales tienen una misión secreta: dar testimonio a Dios de nuestras acciones el día del Juicio Final, como pequeños espías. Eso explica por qué él siempre esperaba a la noche, cuando todos estaban ya dormidos, para salir por la portela de atrás y buscar, furtivo, la sombra negra de los primeros árboles. Me atreví a seguirle una vez, entre curiosa y asustada, y al oír los gemidos y los besos me santigüé pensando que quizá la oscuridad les salvaría a los dos de condenarse.
Pero Dios es un rival demasiado listo. Estoy segura de que, desde el borde del camino, los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
27. NUNCA MÁS
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba la verdad sobre las cosas. Era el único que lo hacía. Los demás, me hablaban de estrellas desde las que mis padres me miraban. Por él supe que “accidente de tráfico” quería decir secuestro, tortura, y vuelo final sobre el Río de la Plata.
Hace unos días, el abuelo pronunció su verdad final: se había cansado de vivir. Regresé a su casa en las afueras de Buenos Aires a despedirme de él. Merecía las doce horas de vuelo y los ahorros invertidos.
“Una verdad oscura es más importante que diez mentiras blancas”, solía repetirme. Le prometí no olvidarlo nunca. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
28. HISTORIAS PARA CRECER
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba mentiras mientras la abuela pretendía que yo tragase el caldo. Los embustes, estrambóticos e increíbles, cumplían su cometido: alimentarme y divertirnos. Además de reír, ambas le recriminábamos que fuera tan trolero; entonces, fingía enfadarse y soltaba siempre la misma cantinela: “¡Algún día terei que mentirvos para que me creades!”
Una noche, me negué a cenar porque él no acudió a la mesa. Me dijeron que estaba enfermo y corrí a su cuarto.
—Abuelo, ¿qué haces en la ventana a estas horas?
—Estoy eligiendo una estrella para ir allí de excursión.
Me asomé, simulando creerme el cuento, y lloramos juntos. Desde el borde del camino, los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
29. AVE MARÍA
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que la abuela María tuvo licencia del apóstol Santiago para acompañarle, convertida en ave, en su camino solitario hacia Compostela. Le saludó con su abanico como abubilla en Roncesvalles. Una golondrina rozó su sombrero en Arcos. Una alondra cruzó frente a sus ojos en Nájera. El pesado vuelo de la avutarda le distrajo en Frómista. En Cebreiro vio los destellos azules de un abejaruco. Con la naciente luz del lubricán a espaldas, y un cuarterón de queso de tetilla en su zurrón, ¡ultreya!, su última etapa, mientras el asperón rayaba la cantonera de su bordón, lanzó un beso hacia las ramas. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
30. ES SU DESTINO
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que en la casa del pueblo había una caja de herramientas. Servía para arreglar el tejado del viejo cobertizo del final del camino. En noches de tormenta un miembro de la familia cogía la caja, desaparecía y no volvía. Supersticiones o no, mis padres no han querido volver hasta este tórrido y caluroso verano. Los imprevisibles truenos nos estremecieron, el abuelo me miró e intuí una sonrisa bajo su poblada barba. Se levantó, pero mi hermano pequeño se adelantó, cogió la caja de herramientas y voló hacia el cobertizo. El abuelo agarró del brazo a mamá y frenó sus pasos. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
31. ESTRELLAS
Cuando era pequeña mi abuelo Luis me contaba de las estrellas. En las noches de verano, le gustaba caminar hasta el río y, en la orilla, iniciaba un monólogo que era puro entusiasmo.
_ Ella es la más brillante. La más hermosa. Decía.
Y como la edad no me alcanzaba para comprender y menos debatir… Sentenciaba. Lo entenderás cuando seas mayor.
Al cabo de los años, comparto la pasión del abuelo. Ayer, cerca de la corriente, le aseguré a mi hijo que, en la pantalla, Lauren Bacall eclipsa a cualquier otra estrella. Él, miró el cielo, señaló y, para mayor sorpresa, preguntó si aquella constelación era Casiopea. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
32 AGRADECIDO
Cuando era pequeña, mi abuelo Luís me contaba como había salvado a su regimiento en la Batalla del Ebro.
Pero todos creían que sus palabras eran fruto de su imaginación y que chocheaba.
Un día vino a casa un viejecito manco, Manuel. Cuando vio al abuelo, con lágrimas en los ojos, le comentó agradecido:
-Sin ti, nuestro regimiento hubiera perecido. Otros me habrían dejado tirado, al estar gravemente herido. Pero he sobrevivido, me he casado, he tenido tres hijos y ocho nietos, gracias a tu ayuda.
Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos, al comprobar, como desde entonces, sus nietos le miramos, ya siempre, con infinito orgullo.
33
Cuando era pequeña,el abuelo Luís me contaba que había hombres de bien que tenían que esconderse porque otros hombres no les entendían.El abuelo Luís fijaba la vista al infinito,los ojos se le humedecían y recordaba…
Recordaba a las futuras viudas,llevando comida al monte,camuflada en un caldero con cenizas de la lumbre.
Recordaba aquella noche,en la que hombres defensores de los derechos de otros hombres y mujeres,se vieron acorralados.Indefensos.Y,recordaba un sonido muy particular…desde el borde del camino,los ojos negros de la lechuza fueron testigos.
34. FILTROS PURIFICADORES
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que otrora el río palpitaba vida. Las truchas, anguilas y ranas pululaban por sus aguas traslúcidas y su lecho refugiaba seres casi mágicos, las náyades.
Como las ninfas griegas los mejillones de río lo oxigenaban, protegían y hacían de él un hogar acogedor para muchas especies. Filtraban el agua y eliminaban bacterias. Estos longevos bivalvos, con enorme discreción, contribuían al equilibrio del ecosistema. A cambio, sólo pedían aguas limpias.
Los humanos traicionamos su confianza. Los vertidos incontrolados comenzaron a proliferar y las náyades a perecer. Y el abuelo me mostró una concha agujereada por la acidez del agua, desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
35 Remitente: Monique Poquelin
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que un día llegaría una carta importante, que me ocupase yo de ir cada día hasta el buzón, que sus piernas ya no podían. Cuando me contaba que solo él la podría abrir y leer, que la abuela no debía enterarse de nada, sus ojos se reían y yo le decía que sí, porque en aquel entonces a todo le decíamos que sí. Cuando el abuelo murió lo hizo con la discreción del que anda de puntillas para no despertar a nadie, pero yo seguí esperando aquella carta… y un buen día llegó. La abrí y se la leí. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
36 ADVERTENCIA
Cuando era pequeña mi abuelo Luis me contaba una historia de una buhíta aventurera que abandonó a los suyos para recorrer el mundo.
Aún era un polluelo y no sabía defenderse de las alimañas ni de los hombres. Por eso regresó al nido.
A los diecisiete años, ahora que el abuelo ya no está, comprendo lo que, a su manera, me quiso advertir con el cuento. No hace más de tres noches me ahogaba de dolor y de rabia entre las zarpas de tío Braulio. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
37. Secretos de familia
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba cosas al oído. Historias sólo suyas, que me revelaba para no condenarlas al olvido. Me contaba que la abuela y él pasaron tanto tiempo sin hablarse que cuando ella murió tardó meses en descubrirlo. Me contaba que encontró su esqueleto totalmente vestido y que lo conservó así muchos años, escondido en el desván. Que su ropa se fue ajando con el tiempo y que muchas noches la imaginaba desnuda, con la insolente lozanía que mantuvo estando viva. Me contaba también que cuando atiborrado de lujuria poseyó aquel montón de huesos al amparo de la luna nueva, desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
38. EL COBERTIZO
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba cuentos en el cobertizo que había al fondo del huerto. Siempre lo hacía cuando mamá y la abuela salían al mercado. Eran historias de princesas donde yo era la protagonista. Poco a poco, dejaron de gustarme. Vencí el miedo al abuelo y deje de acudir.
La misma tarde que descubrí a mi hermana saliendo de allí, murió el abuelo. La brisa del atardecer arrastró las volutas de aquel infierno. Nadie averiguó como sucedió. Pero, desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
39 INFLUJO
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba lo mucho que echaba de menos sus años de marinero. En su mirada aguamarina, guardaba noches de luna llena faenando entre las olas hasta el amanecer. Desde que la vejez lo dejó anclado en tierra firme, no volvió a conciliar el sueño. Añoraba ese vaivén que meció su cuerpo cansado mientras permaneció a bordo.
Poco tiempo después, enloqueció un plenilunio. No pudo resistirse a la llamada del mar. Cuando escuchó aquellos dulces cantos de sirenas, se dejó arrastrar por la marea.
Me dejó sus besos de sal y las huellas de sus pies descalzos perdiéndose entre la espuma. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
40. DEPREDADOR
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que algunos lobos habían traicionado a sus amos. Ahora yo estaba en peligro, el viejo lobo me miraba fijamente, estaba a punto de atacarme y no tenía escapatoria. Empezó a correr y pasó a mi lado con un salto para salvarme del golpe del oso pardo, al cual no visualicé en la escena. Lo contuvo lo suficiente para que lograra escapar y estoy viva gracias a él. Me oculté en otro lugar del bosque, luego retorné para comprobar que mi compañero había muerto y sepultarlo. Comencé a temblar cuando observé que desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
41. BILLETE SENCILLO
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que su mayor ilusión era viajar al espacio. Mamá decía que chocheaba e insistía en que lo viera un médico, así que nos escondíamos en la cuadra de Rufo. Estudiábamos juntos por el mismo libro, que con el inglés se va a cualquier parte y encima yo saqué un notable. Después nos encomendábamos a un póster de Buzz Aldrin, y sin planos ni diagramas, claveteábamos listones de madera y chapas viejas. La noche de la fiesta de la patrona, le vi escabullirse sin pedirme que lo acompañara. Entre petardazos y fuegos artificiales, supe que había logrado despegar nuestro cohete. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
42. PENITENCIA
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que cuando mi madre estaba embarazada, soñaba conmigo todas las noches. En sus sueños yo crecía sana y fuerte, nutriéndome de sus entrañas, mientras ella amanecía cada día más demacrada.
Que nadie logró nunca que confesara quién era mi padre. Que cuando sintió que el parto se acercaba, le pidió que se decidiera por mi vida si surgían complicaciones. Que le hizo jurar que la enterraría sin ceremonias bajo el nogal del huerto y que nunca permitiría que al padre Julián me bautizara, por no darle el gusto otra vez.
Que desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
43. DE DRAGONES Y CAMINOS
“Cuando pequeña, mi abuelo Luís me contaba…” cómo las sendas y veredas que la gente recorre las crea la gran Máquina del Tiempo. Me aseguraba, con la voz en un susto, que un día se la encontró, que es un monstruo lento e inexorable, con sus colmillos acerados y engranajes de dientes geométricos, que todo lo devora y lo convierte en polvo y humo. Va tan lento que los jóvenes no pueden verlo porque ellos pasan corriendo a su lado. Es un vampiro de metal con espejos y cromados que reflejan el tormento de mil mundos.
Esto me contaba cuando bajábamos de las eras, y de esto, “desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos”.
44. PESADILLA
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba historias graciosas de las gentes del pueblo. También me hablaba de guerras y penurias que él y otras gentes de su edad no habían olvidado. Me confesó que, a menudo, soñaba con un recuerdo de este mismo camino, cuando llevaba a su padre a un asilo de ancianos donde “allí lo cuidarían muy bien”; pero su padre no fue feliz el poco tiempo que allí vivió.
Mi abuelo me relató esta historia durante un paseo de vuelta a su residencia de ancianos. Con mis ojos arrasados por la pena, le juré que obligaría a papá que le sacasen de allí.
Desde el borde del camino, los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
45. En la hora
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba todas las tragedias que él había vivido y conocía de otros. Según su teoría, que nadie compartía, lo hacía por mí. Él pensaba que si desde pequeños se nos habituaba a los sinsabores de la vida luego no los asumiríamos con tanta desazón ni dramatismo.
Cuando él murió, aguante tan serena que todos se sorprendieron de mi actitud, sabedores de cuanto le quería.
La noche en que ya lo habíamos enterrado, salí sola a dar un paseo. Me puse a llorar y gritar al cielo rabiosa: ¡No, abuelo, no! ¡Duele mucho aunque disimule ante todos por ti!
Y tan solo, desde el borde del camino, los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
46. CUENTO DE NAVIDAD
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba cómo eran las Navidades de antes. Hablaba de copas de anís con los amigos, de aguinaldos y de magos que entraban en las casas para traer ilusión. Con el paso de los años, empezó a saltarse la parte de la magia y los regalos. Yo entendí que ya había alcanzado la edad en la que debía dejar de fingir y que podía empezar a quedarme despierta hasta tarde. Esa noche, tres sombras treparon al balcón de mi casa y se deslizaron silenciosas, removieron cajones y armarios, y se llevaron los sueños y esperanzas que habíamos dejado olvidados por los rincones. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
47. LOS AÑOS EN LOS QUE CREÉ PLANETAS
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que las pompas de jabón son en realidad planetas frágiles. Juntos los creábamos en el patio y los veíamos flotar hasta que estallaban en lunas espumosas.
Disfrutaba mucho la compañía del abuelo, pero conforme crecía, cada vez pasaba menos tiempo con él y más con Mario, el niño que me gustaba. Cuando cumplí los doce me felicitó con un beso en los labios, y sentí por dentro un tumulto de planetas que estallaron como fuegos artificiales.
Aquella noche vi por última vez al abuelo. Me dedicó una sonrisa antes de que su cuerpo traslúcido atravesara la puerta cerrada del patio. Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
48. XANA
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba aventuras increíbles sobre mi madre y mi abuela; yo escuchaba con los ojos muy abiertos cómo volaban entre los árboles y se escondían tras las ramas para que nadie las descubriera. A papá no le gustaba que el abuelo me contara esas historias, ni que pronunciara mi nombre con una “x” delante, pero no podía evitar que me escapara al bosque ni que mi pelo oliera a lluvia, ni que aquella noche de luna llena crecieran bajo mis omóplatos unas minúsculas alas. Papá dijo que era mejor que nadie se enterara, pero ya era tarde, desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.
49. Imposibles
Cuando era pequeña, mi abuelo Luis me contaba que debía de tener mucho cuidado con ella. Tenía que tratarla como a una plaga venenosa. Capturarla, matarla y enterrarla bien profundo.
Siguiendo su consejo, así lo hice. Pero al día siguiente de encerrarla vi cómo me esperaba altanera. Fui por mi machete y la corté de un solo tajo.
A la semana retoñó, convertida en una criatura fantástica que empezó a reinterpretarse.
Supe que había perdido la partida. A la imaginación no hay que retarla.
Desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos
De cómo atrapar un ave
Cuando era pequeña mi abuelo Luis me contaba de sus aventuras como vendedor de sal. En una ocasión, en lugar del roble bajo el cual solía pernoctar, se topó con una fonda a la orilla del sendero. Entró del brazo de la dueña, llevando consigo un saquito del producto. Al comprobar lo soso de los alimentos, roció el plato de su anfitriona y, tras la lluvia de cristales, se halló sobre el árbol junto a una lechuza que no podía volar por la sal en la cola.
Ante mi risa incrédula, la cabeza de la abuela Nayra dio un giro de 270 ° y me encontré con que desde el borde del camino los ojos negros de una lechuza fueron testigos.