74. Entre el suelo y el cielo
El turno de Ginés acaba a las ocho, pero desde las seis tiene los pies helados. Cuando sale de la gasolinera se pasa por casa de su madre y le lleva un inhalador para el asma y pistachos, que le encantan. Desde que murió su padre se siente muy sola y se queda un rato con ella viendo pasapalabra mientras acaban con media bolsa. Valeria lleva diez años en España. Se fue de Colombia huyendo de tantas guerras superpuestas, buscando terreno firme para empezar una nueva vida. Trabaja como un galeote en el servicio doméstico para enviar dinero a sus padres.
Ellos no lo saben, pero en el cielo algo ha empezado a moverse. Órbitas que se desplazan unos grados para asombro de astrónomos; lunas traviesas que olvidan sus fases y se ocultan durante semanas; estrellas que de forma sutil se mueven unos años luz.
Valeria paró de casualidad en la gasolinera de Ginés . Le llamó la atención su aire desvalido y su manoseado ejemplar de Cien años de soledad. Un mes después estaban desnudos en la cama mirando los astros por la ventana del techo, agradecidos y felices de que estos se hubieran alineado para que pudieran estar juntos.
El que dos personas congenien es una posibilidad entre muchas. Han de coincidir un cúmulo circunstancias que combinen entre sí, como puede suceder con los astros. No es se extrañar que esta pareja, perdidos antes cada uno en su propio universo, terminen por contemplar juntos las estrellas, por creer que todo es posible si ellos se han encontrado contra todo pronóstico y están desafiando a las estadísticas
Un abrazo y suerte, Lucas
Abrazo para ti, Ángel, y, como siempre, gracias por leerlo y por tu comentario. Últimamente estás que te sales, deja algo para los demás hombre.