38. Entre sus redes
«Quítate la ropa, así… despacito», escribe, y según lo hace siente de nuevo esa tibia mezcla de ternura y lujuria capaz de invadirle hasta la última cana. Se siente atrapado por ella, enredado. Su belleza conforma un tejido confeccionado a base de urgencia y adicción. «Venga, ahora desabróchate el sujetador. Eres preciosa», teclea, y en su pantalón comienza a percibir sensaciones casi olvidadas.
Sonrojada ante el halago, ella duda unos instantes y responde: «Espera un momento, por favor, no te vayas». Luego se aleja un poco del ordenador y calcula dónde colocarse para que él pueda disfrutarla, observar su cuerpo entero. Se siente tan bonita ante él. Solo ante él. Pero antes tiene que hacer algo. Debe ser cuidadosa. Ahora sonreirá, se desnudará, bailará al son de su melodía, continuará haciendo lo que propongan las palabras alocadas y dulces del chico misterioso, pero antes debe seguir unos pasos previos. Primero: subir la música. Segundo: bajar la persiana. Y tercero, y más importante: revisar el pestillo de la habitación.
«Ya está», escribe ella.
«Genial, cariño –responde él, mientras sus ávidos dedos se abalanzan sobre la tecla de grabación-, tus padres jamás nos entenderían».
Una solución sexual al problema de la vejez, gracias a la tecnología y a la fantasía que subyace en cada una de las imágenes.
Lo has contado con realismo y mucha dosis de patetismo por cada uno de los protagonistas.
Te deseo suerte, Alberto.
¡Sorpresa que me he llevado! Creí que era un escritor escribiendo una novela.
Eso me pasa por no querer mirar el título hasta el final.
Me ha encantado la exposición, es tan real.
Suerte.