66. Equinoccio (Alberto Moreno)
La joven enamorada se asoma a la ventana, y suspira. Ahí fuera el verano rojo exhala una de sus últimas noches. Quizá la última. Después se acerca a la cama y se inclina sobre el joven enamorado, dejando que su melena rizada caiga en cascada sobre su cara. Hazme el amor, susurra él. Y también suspira. Se deslizan las sábanas, lentamente, muy lentamente, y la ropa de ambos va desapareciendo. Despacio, sin prisa. Las paredes no tiemblan, los enamorados sí. No hay gritos, no hay furor, solo un deseo suave, doloroso e infinito, que inunda de magia la ciudad herida. La noche será roja y eterna, como ese último cielo rojo de verano. Las caricias, los besos, los leves gemidos y las rabiosas lágrimas van sucediéndose con una cadencia sutil, pausada, silenciosa. El cuerpo de ella, cálido y complaciente, se desliza, balancea, mima, expresa. Ella manda, él recibe. Y en el fondo de ambos, un grito ahogado, un deseo imposible: que el instinto los recoja en su manto animal. Que les haga olvidarlo todo.
Al otro lado de la puerta, dos enfermeras susurran, apenadas, con la boca plagada de llanto.
El encuentro carnal de dos enamorados tiene algo de milagroso, pero también resulta, hasta cierto punto, usual. Lo que no es tan corriente es que se viva como si fuese la última vez de forma literal, sin poder olvidar y al mismo tiempo tratando de no pensar en que quizá se trate de una despedida.
Tampoco se ve todos los días, y de producirse no se le daría publicidad, la colaboración de las dos enfermeras. Seguro que existe un código ética que prohíbe esos hechos en un hospital, pero antes que las frías normas está la empatía y la comprensión, que estas dos profesionales de la sanidad demuestran tener en grandes cantidades.
El equinoccio entendido como la misma duración del día (la luz, la vida) que de la noche (la oscuridad, la muerte), está muy presente en una historia situada en el filo inestable de ambos mundos.
Una idea muy bien traída. Un relato genial, en el que conviven ternura y tragedia.
Un abrazo, Alberto. Suerte
Hola, Ángel, antes de nada mil gracias. Hacer comentarios como los que tú haces no es nada fácil por varias razones. Una de ellas es esa facilidad tuya (y esto te lo habrán dicho muchas veces) para desentrañar un relato, deconstruirlo, y sacar siempre las cualidades positivas. Otra es (y esto muchos lo habrán pensado también), que tus amables frases llevan impresa una fuerte carga de ALTRUISMO, cualidad difícil de encontrar pero siempre agradecida, pues no escatimas esfuerzo, tiempo ni arte en tus comentarios. Y… todos necesitamos este feedback positivo para poder permanecer en esta pelea. En definitiva, ansiaba recibir un comentario tuyo en uno de mis relatos (de hecho, sentía una envidia totalmente insana por aquellos que los recibían), y ya, leyéndolo una y otra vez, me siento ganador del concurso. Mil gracias de nuevo.