Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

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91. Érase una vez

Cuando empecé a escribir, yo era un oso pequeño, casi de peluche, que inventaba historias de dragones y princesas, que asesinaba lobos en algún bosque tenebroso y comía perdices, contagiado por la felicidad de los protagonistas, para celebrar un final satisfactorio. Al alcanzar la adolescencia, sentí la necesidad de salvar el mundo. Fui un perro callejero que hacía poesía para reivindicar la paz y encadenar amores. Dependía del cánnabis y el alcohol, me alimentaba de emblemas y consignas y nunca fui capaz de mejorar nada, ni siquiera a mí. Autodestruido y famélico, aproveché mi cercanía al infierno para convertirme en un lagarto. Desde aquel suelo caliente, observé la deriva de las cosas, el devenir de los planetas, la inteligencia furtiva del amor. Concebí así, desde mi pedernal atávico, cuentos desquiciados que reptaban entre la yerba marchita, que cambiaban de camisa y se amamantaban con la proteína que ofrecían los insectos. Fue aquel un tiempo placentero en el que aprendí a vivir con los pies en el barro y la cabeza siempre dando vueltas. Ahora, cansado y algo viejo, asumo esta última metamorfosis. La placidez ficticia de planear entre corrientes, de afinar la vista para encontrar, antes que otros, la carroña.

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