120. Escamas
Siempre había soñado con tener su propio dragón. Lo tenía todo pensado: domaría a la bestia y surcaría los cielos a lomos de aquella imponente y mortífera criatura. Nadie volvería a meterse con ella, a menos que quisiera verse reducido a cenizas. Por eso se sintió decepcionada cuando contempló al supuesto draco que le devolvía la mirada desde su jaula de cristal.
Parecía un dragón: escamas verdosas, larga cola… pero ¿dónde estaban las alas y el mortífero aliento de fuego? Además, era demasiado pequeño como para montarlo. Consultó de nuevo su bestiario en busca de alguna explicación.
— ¿No había un bicho más normal en la tienda de mascotas?
— Confía en mí. Te digo que una iguana es el regalo perfecto para nuestra hija.
Quería un dragón y se tendrá que conformar con una iguana.