56. Escondite
El sol entraba sin pedir permiso en su nueva cocina blanca. Se desperezó buscando el café en el armario mientras intentaba acordarse de dónde había guardado la cafetera la noche anterior. Aún quedaban dos cajas por desembalar en una esquina pero no tenía prisa: quería pasear, oler el mar, ir al mercado, hacer esas cosas que desde hacía tiempo no podía hacer.
Las vistas desde la ventana de la cocina eran preciosas; mucho más bonitas de lo que se veía en las fotos de la inmobiliaria. Aprovechó la calma matinal para observar lo que no pudo ver cuando llegó por la noche. De pronto reparó en un papel blanco cuidadosamente doblado en cuatro sobre la encimera. No recordaba haberlo visto antes. Lo abrió sonriendo; la luz que llenaba la habitación era tan alegre que se sentía bien, con ganas de empezar de cero. Pero al leer las tres palabras escritas en mayúsculas se quedó lívida. Aunque se agarró no pudo evitar caer al suelo. Allí quedó, hecha un ovillo, llorando, mientras el café se quemaba. Sin poder moverse. Sin respirar.
La nota decía: “TE HE ENCONTRADO”.