44. Esguince de tobillo en grado 3. (Alfonso Carabias)
Estando en juego el papel de protagonista, Marta sabía que cualquier detalle podía decantar la decisión final del director, y por ello buscaba siempre la perfección en cada uno de sus ensayos, pues a su juicio esa era la mejor herramienta, junto con la capacidad de observar y aprender del entorno, para disputarle el puesto a cualquiera.
En la última prueba del proceso de selección en el que participaba debía interpretar una canción mientras descendía bailando por una amplia escalera con peldaños de mármol, flanqueada por balaustradas de forja y barandales de madera.
La rival con la que iba a jugarse el puesto, una vieja conocida, comenzó su número bajo la atenta mirada de Marta.
Los primeros pasos se ciñeron a lo esperado, con tres giros y dos saltos perfectos. En la mitad del número, su contrincante se gustaba interpretando eficazmente el estribillo, y ya en el tramo final, sin fallos, y viéndose con el contrato firmado, pisaba con fuerza para coger impulso en el último escalón, justo donde Marta había dejado, en su ensayo anterior, y con absoluta discreción, tres gotas de aceite lubricante, las suficientes para garantizarse el puesto, y avanzar un paso más en su carrera.
Unas escaleras pueden conducir a lo más alto, o a la caída más estrepitosa. Es cierto que tu protagonista sabía mejor que nadie que «cualquier detalle podía decantar la decisión final del director», lo que no hemos sabido hasta el final es que no solo buscaba la perfección, sino también que su rival no la alcanzase, con un sutil y efectivo juego sucio, cuyas consecuencias se avanzaban ya, pero sin revelarse, desde el título.
Un abrazo y suerte, Alfonso
Conseguir un trabajo con tales artimañas es de ser una persona sin escrúpulos. Fue un esguince pero podía haber sido una muerte.
No se a qué le sabe el éxito, pero ojalá se le atragante y algún día tenga un poco de su medicina.
Un micro muy real por desgracia.
Angel, Rosa. Gracias por vuestros puntuales comentarios.
Por desgracia el juego sucio que destila el relato es más común de lo que parece en la vida real.
Saludos.
Algo parecido le pasó a una amiga mía, hace muchos años. En su caso, su «amiga» dejó «por descuido» un alfiler entre las vendas que sujetan la zapatilla, a la altura del tobillo. Resultado: se le clavó dentro y se rompió en un montón de pedazos, algo que hizo imposible su recuperación como bailarina profesional. Estaba en el ballet de Víctor Ullate.
Con amigas así no hacen falta enemigas. Que pedazo cabrona, espero que nunca alcanzara el triunfo profesional. Y que tu amiga fuera feliz en su nueva vida.
Pues sí, juego sucio como la vida misma. Por cosas así me gusta creer que el karma existe. Por cierto, la escalera me ha recordado la que hay en el Hostal el Cruce de Cabezón, que cada vez que la bajo me siento como una vedete a punto de caer rodando…
Un abrazo y suerte.
Hay que ver lo sucio que juegan algunas personas (en este caso, Marta, la protagonista), con tal de alcanzar sus objetivos, sin importarles a cuántos, en su ascenso a la cima, derriban a su paso. Seguramente su contrincante era mejor que ella y esas tres gotas de lubricante fueron la mejor y más efectiva forma de sacársela de encima… Lo que Marta no sabe (o no se acuerda) es que la mentira tiene patas cortas, como dice el refrán… En esta jugarreta no la pescaron, pero quizás en la próxima, sí… ¿Lo sabremos en otro micro, quizás?
Muy bueno, Alfonso.
Un abrazo grande,
Mariángeles
Un relato que es casi el paradigma de la maldad en estado puro. Bien llevado ese discurrir por la escalera del éxito (o de la perdición, según quien). Un saludo.
Gracias a los que habéis comentado. En cierto modo, creo que la maldad es algo inherente y está latente en toda conciencia humana. Generalmente solemos reprimirla, pero no siempre es fácil hacerlo, ni todo el mundo lo hace. A la vista están los casos que narran las noticias casi todos los días.
Saludos.