09. Esta batalla sin fin
A la hora acostumbrada el niño se va a la cama. Si le miras con atención, verás temblar su barbilla. Levemente, sin estridencias. Pero nadie lo nota salvo yo, que estoy atenta, tal vez acechante…
Allí nadie le cuenta cuentos. De eso me encargo yo.
El niño no crece; es el ser más adulto del mundo.
Para recordarle mi presencia, doy unos toques bajo el colchón. Y tiembla como una hoja, se aferra a la sábana, patea nervioso, se muerde los labios. Pero no llora…
Incremento mis esfuerzos. Exhalo lentamente en su rostro. Logro un gemido tenue, un suspiro jadeante que me envalentona. Hago crujir la baldosa; me río, conquisto.
«El niño tiene ojeras» meditan los padres mientras observan la película, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. La lid está en su apogeo, una de guerra, no tan virulenta como esta que nos ocupa. Y el niño, tierno, se alza en la cama y consigue mirarme a los ojos. El semblante serio, avejentado, más avezado que el mío.
Según crece su intención, noto desfallecer mis fuerzas.
Me siento a su lado y le abrazo: «Te acompañaré siempre» susurro. En esta batalla sin fin…
Um niño que no parece tener mucho amparo por parte de sus padres, ha de superar el miedo infantil a su fantasma bajo la cama, porque es la única compañía fiel que tiene.
Cuando los padres no ejercen como tales, los hijos han de buscar otros apoyos.
Un abrazo suerte, Susana