12. Farmacia de guardia
El letrero derramaba su verde luz sobre la solitaria calle. Reparé en la ventanilla enrejada que se abría a un lado. Y con cierta timidez acerqué la cabeza a sus barrotes. ¡Buenas noches! Y a través de éstos pude ver como un señor adusto se acercó con ademán solemne hacia mí.
Tras explicar mi dolencia, aquel extraño farmacéutico me ofreció beber en una elegante copa que rechacé de inmediato. Llámenme suspicaz pero la serpiente que tenía enroscada no me daba ninguna confianza.
Me conformo con un ibuprofeno – espeté. Pero aquel hombre con pinta de dios griego (y no lo digo solo por la recia barba sino por que arrastraba una túnica blanca como sí al incorporarse de la cama se hubiera llevado consigo la sábana) visiblemente contrariado, echó mano de una vara de la que asomaba, sí, otra serpiente.
Huelga decir que tras ésto no dejé ni una sola gota de aquel brebaje. Sé que lo que les cuento es difícil de creer pero que me alcance un rayo del mismísimo Zeus si miento.
Una farmacia tradicional, de las de toda la vida.
Y tanto. Se llama Asclepio e Higía.