FEB131. SÓLO UNO, de Pilar Pastor
Una tarde de invierno – cuando la lluvia había cesado, y los tímidos rayos de sol penetraban por la ventana proyectando luces y sombras sobre la pared – me senté en el sillón de la biblioteca, como cada tarde, para dar paso a los devaneos mentales que me provocaban las líneas y los colores que decoraban aquella pared.
¿Fue mi exaltada imaginación, o la luz incierta de la estancia, la responsable de que aquellas órbitas, onduladas e irregulares, aparecieran de pronto ante mis ojos como dos círculos de un blanco calcáreo y resplandeciente? No sabría decirlo porque, inmediatamente, una sensación de incontrolable ansiedad, una curiosidad devoradora hizo que me levantara del sillón para acercarme a la pared y quedarme casi petrificado frente al retrato. Mis ardorosas miradas habían descubierto aquel par de óvalos blancos que se ocultaban en la cuenca de sus ojos cadavéricos y a los que toda la familia hacía alusión.
Los había visto, ahora entendía por qué la abuela se paraba delante del retrato para decirle a mi padre:
– Él sí que fue un hombre de verdad, un hombre que siempre tuvo un par de … ¡y muy bien puestos!
La tarde cayó sobre mí, las luces se extinguieron, y yo me encontré de nuevo sentado en el sillón. Inmóvil, solitario, seguí sumido en la meditación:
– No me parezco al abuelo. Sólo tengo uno, como mi padre … pero el mío es … ¡¡¡ de dos yemas !!!
Pilar, felicidades por este bonito relato. Lo he disfrutado hasta el final. Saludos.
Muy divertido e inesperado final. Irene. Muy gráfico. Gloria Arcos
Perdona Pilar, me he confundido de nombre. pero sigo opinando lo mismo. Gloria
Ana, José Antonio, Gloria:
Muchas gracias por vuestras palabras. Disculpas por no responder antes, agradezco vuestros comentarios y os deseo mucha suerte a los tres con vuestros «retratos».
Abrazos!!!