114. FLECHAZO CARMESÍ (Luis San José)
La he buscado inútilmente con la desesperación de un náufrago. Era un 28 de agosto cuando apareció frente a mí, desafiante, con los brazos en jarra, una barrera de nácar en su boca y una camiseta empapada marcando dos enormes pechos en perpetua inspiración. Fue un error. Su manera de mirarme fue un error. Ni órdagos ni envites consiguieron jamás achantarme. Me acerqué lentamente. La inconsciencia resbalaba inocentemente por su pelo escarlata. Mi primer zarpazo alcanzó su yugular y se le encendió la garganta como un campo de amapolas. Solo entonces pareció percatarse y se dio la vuelta queriendo escapar. Demasiado tarde. Una segunda andanada reventó en sus nalgas y sus piernas se volvieron del color de la sangre. Con el tercer intento acerté de pleno en su pecho. El Etna y el Krakatoa erupcionaron al mismo tiempo en su camiseta grana. Calle, casas, toda la gente de alrededor, la realidad entera, se vistió de púrpura. Me dio tiempo a mirar el rubí de sus ojos, encendido como el cielo africano en una puesta de sol, rozar ligeramente sus brazos y atrapar su sonrisa permanente antes de verla desaparecer bajo 145.000 kilos de tomates reventados.
Nadie podrá decir que este relato, tan rojo, no se adapta al tema propuesto. Lo que sorprende es el juego de equívocos que se desvela al final, cuando lo que parece el ataque salvaje de una bestia sin escrúpulos es en realidad un juego de romance.
Intenso y divertido, Luis.
Un abrazo y suerte
Se me pasó mencionar el homenaje a la tomatina de Buñol, casi tan famosa como los sanfermines.
Otro abrazo