29. Fotos fijas
A Nicolás se le paró su Casio digital, regalo de comunión, al pronunciar por primera vez bien la erre: «La una, según mi reloj …», dijo orgulloso. Faustina rompió aguas y se quedó abobada mirando el parón de agujas a las cinco y diez, como si llegara tarde a los toros. Juana y Juantxo, practicaban posturas en la hora aburrida de la siesta, cuando la casa quedaba en silencio y ser primos no era grave. Una vez paran así los relojes, quedan muertos en hora fija, aunque luego anden. A mí me robaron el mío, herencia de mi padre, en plena calle, a punta de navaja. En la denuncia, señalé sin dificultad el momento exacto del atraco. Desde entonces huyo de las siete y veinte como de la peste. Las cinco y diez serán para Faustina la verdadera edad de su hija. Nicolás permanecerá fiel a su marca de reloj y Juantxo dejará de agarrarse esas melopeas de confesionario, a eso de las tres de la mañana, cuando todo le importa un pepino, salvo los recuerdos varados, como el sol en los muslos resplandecientes de Juana, brillando como una estrella muerta en casa de sus tíos.
No me hubiera importado que tu micro no lo fuera para seguir leyendo pequeñas historias tuyas de relojes.
Una buena andanada de micros reunidos en uno. Suerte.
Los relojes marcan nuestras horas, las decisivas y las banales, aunque hay horas grabadas a fuego, por unos motivos u otros, en todas las existencias, cada uno tiene las suyas, acordes con sus circunstancias.
Un relato coral, de historias diversas y paralelas, aunque con las horas y los relojes como nexo común.
Un abrazo y suerte, Mikel