58. FRÍOS Y COMIENZOS (Belén Sáenz)
Si me pides que imagine la muerte, es de color amarillo pajizo. Y cuando de verdad necesito aferrarme a algo, recuerdo mi infancia azul hielo. Todas las mañanas, el filo del frío era mi único despertador. Mamá abría la ventana de la habitación de par en par y salía sin decir palabra. Después venía el agua de la palangana que agarrotaba las manos, el tazón de leche sin calentar, el adiós sin beso. En la víspera de mi décimo cumpleaños no la encontré en casa al volver de la escuela. Nunca más volví a sentir escalofríos. Bien está lo que bien acaba.
Una lluvia heladora marca este nuevo cumpleaños. Es mi primer día de trabajo aquí y me gusta. Bajo la luz blanquísima de la sala resaltan mis uñas pálidas, las venas azulinas. La escarcha de los congeladores parece invadirlo todo, se derrama desde la cinta transportadora que me acerca los productos hasta la sierra chirriante con la que los corto. Tubos de calamar, varitas de merluza, rodajas de congrio. Siempre por ese orden. Uno, dos y tres. Sin excepción, como una trinidad sagrada a la que puedo entregarme con devoción hasta que llegue a confundirse con mis propios dedos.
La infancia marca y de qué manera. Qué importantes son los afectos cálidos, los que la madre de tu protagonista debería haber prodigado con ella, pero no fue el caso. Si una hija solo siente alivio cuando alguien tan importante desaparece de su vida es que algo no funcionaba cono debiera.
Acostumbrada a la frialdad en sentido amplio, se encuentra en su elemento en un trabajo que otros considerarían duro, oero que nos retrotrae al principio: la infancia deja una huella de por vida.
Le deseanos quee en este nuevo inicio encuentre un poco del calor humano del que anda huérfana.
Un personaje cuya psicología compredemos, tras tus brillantes descripciones.
Un abrazo y suerte, Belén
Invariable siempre la enorme calidad de tus composiciones. En este caso la fría y dolorosa existencia de tu personaje llega a ser insoportable hasta para el espectador. Del azul hielo al amarillo pajizo se adivina una desoladora gama de colores, una desabrida paleta con la que retratar cada uno de sus momentos en este mundo. Inquietante ese final en el que, según entiendo, parecen convivir en ella una falsa asunción de la realidad y una peligrosa indolencia. Enorme relato, Belén. Mucha suerte con él.