91. Golpe de calor (María José Escudero)
Cuando me vi obligado a cerrar el negocio de paquetería por la galopante competencia amarilla, me sentí fracasado y prometí que nunca pisaría “un chino”. Entonces no conocía a Suyin y el azar eligió la ocasión.
Una tarde de calor asfixiante entré en el bazar del barrio para comprar hielo y, mientras el arcoíris gravitaba alrededor de los estantes abarrotados, surgieron de la trastienda unos ojos interrogantes y rasgados que me cautivaron al momento. Después, un trozo de felicidad, que anidaba en el pelo lacio de la joven, me hizo señas y, aficionado como soy a las historias irreales, comencé a viajar sin moverme del sitio.
Suyin era muy lista, por eso siempre guardaba silencio, y en su callada compañía llegué lejos y apacigüé mi ira. Junto a ella aprendí a canalizar mis emociones y descubrí la suerte que tuve cuando tuve mala suerte.
Fueron catorce segundos, el tiempo que tardó en entregarme la bolsa de cubitos, pero, al regresar de aquel viaje relámpago, no volví a ser el mismo. Y aunque tropecé de golpe con la realidad y desperté sobre las baldosas desvaídas, me consolé al evocar un alentador proverbio oriental: “Las torres más altas empiezan en el suelo”.
Nunca se sabe cuándo ni cómo tendrá lugar un detalle que cambiará nuestra vida de forma significativa. El encuentro fortuito y breve con una joven asiática cambia toda la perspectiva de un individuo, atrapado en una situación negativa que ve cómo, de repente, se abre ese mundo cerrado. Decía Víctor Jara que «la vida es eterna en cinco minutos»; 14 segundos han sido suficientes para que tu protagonista no olvide nunca una vivencia que pasa de ser algo cotidiano y nimio a trascendente. Tal es el vuelco que experimenta que justifica su mala suerte anterior como el camino necesario para el cambio positivo que tenía que venir. Los científicos identifican el amor con una reacción química y fisiológica localizada en el cerebro, a tu protagonista le ha devuelto a la vida, era el empujón que necesitaba para volver a levantarse. Es de imaginar que cuando se reponga del golpe de calor volverá a hacer más visitas a ese establecimiento. Solo hay que desearle que su ilusión se mantenga y sea correspondida.
Una historia de amor y esperanza, el encuentro de un oasis para alguien hundido en la aridez que ya lo daba todo por perdido.
Un abrazo y suerte, María José
Hola, Ángel . En primer lugar muchas gracias por tu visita y por tu comentario tan acertado y generoso como siempre. Te lo decimos todos y es verdad, tu comentario siempre aporta un plus de importancia a lo escrito, sabes ir más allá y se te espera como agua de mayo. Gracias. En segundo lugar, Y como tú bien dices, este humilde relato quiere ser una historia de amor y de esperanza. A menudo, nos dejamos llevar por los prejuicios y no damos ni nos damos una oportunidad. Y la felicidad, puede encontrarse en la sencillez de un pelo lacio, en la mirada distinta y oblicua de aquel al que culpamos de nuestros propios fracasos. Basta con ser un poco positivo para pasar de torre caída a torre que se levanta. Un beso, Ángel y de nuevo, gracias.
Me ha gustado mucho, y el final. Siempre nos queda la esperanza. Un beso.
Muchas gracias, Maite por acercarte y comentar. Me alegra que te guste el mensaje de esperanza de esta sencilla historia. Un beso.
Hola, María José, aunque tu relato arranca con la fría excusa de comprar unos hielos, en verdad tu mensaje es cálido, romántico y muy ejemplarizante. Nos das una lección anti prejuicios, demostrándonos que una situación negativa puede tornarse positiva cuando menos lo esperamos. Mucha suerte y un beso.