71. Guardando las distancias
Esta mañana ha llegado a nuestra isla desierta una náufraga. No tengo nada contra los señores náufragos, pero aquí ya somos demasiados y esto empezaba a parecerse inquietantemente a un club de solteros ¿Qué si la amo? ¿A la náufraga? Por supuesto, desde el primer momento que la vi. Juraría que es la mujer de mi vida. Y el sentimiento es mutuo, creo. Lo intuyo por cómo me mira, por cómo se hace paso entre el resto de náufragos sin despegar sus ojos de mis ojos para preguntarme si soy tan amable de darle fuego. Yo me pongo a frotar un par de palitos y le prendo el cigarrillo. Me incomoda, eso sí, que me tutee, como si nos conociésemos de siempre. Acabo de anotar en mi agenda que mañana, sin falta, tengo que decirle que a partir de ahora tenemos que empezar a tratarnos de usted. Nos iremos conociendo y ya llegará el momento de intimar. Por desgracia, me temo que tenemos tiempo, mucho tiempo por delante para conocernos. Poco a poco, como dos novios clásicos, como dos adolescentes: como toda la vida.
Ya que tiempo no les falta, mejor que se lo tomen con calma, despacito y buena letra, la pasión ya vendrá después, ella sabe abrirse camino, no sea que las precipitaciones conviertan un futuro deseado en una isla paradisiaca en un infierno. Y que al resto de náufragos no les de también por fijarse en la recién llegada, no sea que sobrevenga un conflicto irremediable.
Buen humor, surrealismo y el tema de los náufragos, que dominas como nadie.
Un abrazo y suerte, José Manuel
Siempre hay que ser cortes con los recién llega@s, jé. Abrazo, Ángel.
Muy simpático tu relato, José Manuel, y muy original esa forma de conocerse, poco a poco, como antaño para ir forjando una relación aunque sea en medio del océano en una isla perdida y entre otros posibles adversarios. Me has dejado con una sonrisa. Gracias
Pues si te ha dejado una sonrisa ¡Misión cumplida, Gloria!!