17. Herminia
Decidí pasar las navidades con mi tía, en la aldea de Manzaneda.
Herminia, solícita y cariñosa, me acogió en su casa.
– No hay nada más reconfortante que dejarse querer y mimar por alguien que realmente te quiere-
Para ella, yo era una chiquilla de ciudad, flaca y estresada, y estaba dispuesta a cambiarme en quince días.
No pudimos salir a pasear. El mal tiempo no nos dio tregua.
Se fue la luz.- como de costumbre-. Distribuyó velas por todos los rincones, y nos sentamos, en el banco de madera, junto a la cocina bilbaína. Yo dormitaba al calor y olor de la leña quemada.
Se puso a calcetar una bufanda, y con la misma lana azul, me enseñó a manejar las agujas, poniendo gran empeño en que aprendiese.
-Terapia de meditación. Te veo un poco descentrada. El ritmo trepidante de la ciudad no te conviene.
En un cesto de mimbre guardaba varias prendas de igual tono.
La miré interrogante. Sólo tenía lana azul.
-El mal tiempo me impidió bajar al pueblo y…- Se disculpó.
Sabía exprimir lo mejor de cada instante. Sus palabras y actos eran una lección constante de vida saludable.
Tengo suerte de tenerla a mi lado
Encantador texto para un color encantador.
Saludos
Muchas gracias, Ángel José
Maricarmen, tierno, entrañable relato, que da la impresión de tener mucho de autobiográfico… Esa lana azul unía a las personas. Bello mensaje, amiga.
Gracias María José.
No es un relato propiamente autobiográfico. aunque me hubiese gustado que lo fuese.
Tiene detalles muy próximos.
Un abrazo, amiga
Un canto a todas las «Herminias» del mundo, que no ayudan a sobreponernos de nosotros mismos. Muy tierno. Un saludo
Agradezco tu comentario, Cristina y estoy de acuerdo contigo.
Un abrazo