16. Introspección (Ezequiel Barranco)
Su condición de sordociega no le impidió disfrutar de la belleza. Comenzó su aventura en París, donde le dejaron que acariciara y estudiara a La Victoria alada de Samotracia. Se impresionó tanto que, cuando la recordaba, imitaba los movimientos con que la acarició en una especie de baile sensual, sinuoso. Repitió la experiencia, entre otras, con La Piedad, El discóbolo, Nefertiti, El pensador y El éxtasis de Santa Teresa.
Cada recuerdo, cada representación era un baile distinto, lento, profundo e hipnotizador, y así lo entendió un célebre coreógrafo, que la llevó a estudiar esculturas famosas y, para cada una de ellas, compuso una obra musical basada en percusión, que ella notaba por la vibración del suelo. Recorrió el mundo entero, alcanzando grandes éxitos con coreografías como El dolor de Laoconte, La noche oscura del Moái o Los amores de Venus y David.
En el cénit de su fama se encerró en su casa casi un año para aislarse y crear su baile más hermoso, personal y sincero. En el estreno, sin música, iluminada por un potente foco, y en un silencio casi religioso, comenzó a bailar como en un milagro invertebrado, para ofrecernos su más logrado número: Autorretrato.
Solo quien está privado de algún sentido conoce en toda su amplitud las limitaciones que ello supone. Por contra, los que disfrutamos de ellos, a veces no sabemos valorar lo que tenemos. Tú sí has sabido ponerte en el lugar de esta persona tan condicionada por sus carencias y, sin embargo, sensible como nadie a la belleza. Ese baile final, un viaje hacía sí misma, es toda una obra de arte.
Muy original y bien narrado, Ezequiel.
Un abrazo y suerte
Muchas gracias Ángel por tus comentarios siempre tan acertados..
Probablemente la plenitud de la belleza sea ser capaz de captarla en uno mismo.
La vista es tal vez el sentido que más nos domina. Cuando hablamos de belleza tendemos a pensar siempre en lo que vemos. Rara vez, en lo que escuchamos, o en lo que olemos y tocamos. Tal vez por eso tu propuesta me parece tan interesante, porque tu protagonista nos enfrenta a una belleza pura, auténtica, sentida desde el corazón. No vista, ni oída, solo percibida. Cercana al éxtasis.
Muy buen relato.
Felicidades y mucha suerte.