50. JUANITO
Juanito, con su mente de niño en un cuerpo de casi dos metros de altura, se metió a monaguillo cuando se enteró de que, después de misa, el cura convidaba con café con leche, una ensaimada y un chocolatín.
Nunca lo acompañó la fe, pero la ensaimada fue más fuerte que su timidez y se sintió feliz yendo y viniendo ante el altar, dale que dale con la campanilla, cubriendo con el retintín las voces de sus tripas que clamaban por café con leche.
Un verano, una joven llegó al pueblo con sus pinceles y sus óleos, para pintar escenas en la capilla, y Juanito se pasó los días mirándola trabajar sin acercársele, inhibido por la belleza de la chica, fascinado al percibir algo mágico en los ángeles que ella creaba.
Acabada su obra, la joven se marchó sin que el monaguillo nunca osara hablarle.
Los años han pasado y Juanito no se cansa de admirar a los ángeles, especialmente en los días de verano, cuando el sol pega directamente en las figuras aladas y un leve perfume a óleos y a trementina vuelve a flotar en la capilla trayendo consigo la dulce nostalgia de lo que no fue.
Cuánta nostalgia. Pobre Juanito, tan grande y tan chico. Pobre consuelo de aromas y reflejos de un pasado que no fue.
Del amor no está libre nadie, con independencia de la capacidad intelectual o luces de cada uno. El problema, en este caso, no es la sencillez de Juanito, pues no tiene una explicación lógica, simplemente sucede y se siente, es intenso y deja huella. A veces tiene correspondencia, otras no; en ocasiones, incluso, como es el caso, ni siquiera llega a manifestarse, la otra parte no es que lo rechace (que también podría haber sido), sino que ni siquiera ha llegado a percatarse de lo que su presencia desató.
Un relato original, lleno de sensibilidad, la prueba de que hay seres que suscitan sensaciones que rozan lo divino.
Un saludo y suerte, Jorge
Hola, Jorge.
Juanito, no sabemos si debido a su timidez, al miedo, a algún tipo de bloqueo, no fue capaz de acercarse al ángel que lo había encandilado y éste se marchó para no volver dejando como único testigo del paso fugaz por su vida aquellas pinturas que probablemente no paren de recriminarle su falta de valentía, aunque también le sirven para evocar su recuerdo.
Un relato que a mi parecer puede encerrar moraleja sobre las oportunidades perdidas y el arrepentimiento posterior.
Un angelical saludo.
Hola, Edita.
“Pobre Juanito”, eso es lo que sentimos, aunque me gustaría que entre sus limitaciones, el chico tuviera una que lo liberara de sentir grandes penas, lo que podría ser posible ya que lo que él siente es una dulce nostalgia y no un amargo arrepentimiento por no haberse manifestado.
Por lo menos es lo que quiero creer.
Gracias por tu comentario.
Un cordial saludo.
Hola, Ángel. Tu comentario interpreta exactamente lo que he querido expresar. No sé cómo lo haces, pero tus lecturas se meten un poco en la mente de quien ha escrito. No lo digo por este caso, pero a menudo, cuando los textos no son evidentes leo tu comentario y recién entonces puedo comprender y disfrutar del relato. Gracias por eso y por tu comentario.
Un cordial saludo.
Hola, Ángel.
Cuánto podríamos escribir sobre nuestras oportunidades perdidas, pero es más saludable recordar las que supimos aprovechar.
El relato podría encerrar la moraleja que mencionas, aunque mi intención no iba por ese lado. Yo imaginé a un personaje de gran simpleza mental (siempre ponemos algo nuestro en nuestros personajes) que consciente o inconscientemente sabe que no puede aspirar a esa chica y actúa en consecuencia y por lo tanto no guarda un arrepentimiento sino una especie de sueño dorado. Pero, por supuesto, todo relato tiene tantas interpretaciones como lectores.
Gracias por tu comentario y recibe un cordial saludo, que solo los escogidos pueden darse el lujo de mandar saludos angelicales.