69. Juego de tronos
Mientras nadie la observa nos saca de la caja de los juguetes rotos, nos desempolva y nos coloca sobre la cama, como cuando éramos niñas. Y se convierte de nuevo en la diosa de nuestras vidas de plástico. Ella decide las palabras que brotan de nuestros labios inertes, decide los vestidos que lucimos, decide cuando sonríen nuestras bocas inmóviles o cuando discurren lágrimas de rímel corrido sobre nuestras mejillas, siempre frías. Decide lo que estudiamos, con quien nos casamos y a quien le arranca los pelos o la cabeza si se porta mal. Ella es la reina que nos concede deseos, estruja nuestros miedos y nos siembra de vergüenzas. Hasta que llega él. Y ella se convierte en una barbie, en robot de cocina y, al caer la noche, en muñeca hinchable.
Momentos memorables los primeros, creativos y gozosos, en claro contraste con los segundos («hasta que llega él»), que todo lo enfangan.
Un relato lleno de simbolismo, con una descripción demoledora tras el último punto y seguido: la de una mujer sometida en todos los aspectos. No hay nada más desigual que alguien que gobierna y domina sin miramientos sobre otra persona, sin considerar que merece respeto.
Un abrazo y suerte, Elena.
Feliz fin de año y suerte y salud para el nuevo.
Contrastes y paralelismos muy bien plasmados. La protagonista juega con las muñecas como juegan con ella. Pasa de ser reina dominadora en el mundo fantasioso de las muñecas a esclava en el mundo real. Y al contrario: después de ejercer de muñeca de carne y hueso, proyecta su experiencia subiéndose al trono para manejar a las de plástico a su antojo. Queda un gusto amargo en el alma.