105. La blancura del sol
Al salir de la iglesia, el sol les esperaba con su bolsita de arroz. Descendieron las escaleras con parsimonia bajo los placenteros picotazos de aquella lluvia albina y se alejaron, aún granulosos, por la calle empedrada hacia el hogar. En el camino la esposa dio a luz a la niña Clara. Comérsela a besos fue lo más parecido a una tarta de bodas. Continuaron calle abajo, la niña columpiándose en volandas asida por sus manitas lechosas hasta que sus piernas, de tanto crecer, toparon con el suelo. Tres callejuelas más allá, camino del río, alcanzaron su casa. Clara cruzó el umbral, se despojó de sus ropas y se puso un vestido para ir a la escuela. El padre marchó a sembrar trigo, lo llevó al molino en fardos y amasó el pan; la madre ordeñó una oveja y preparó queso, mientras Clara regresaba del horizonte en un automóvil que iba dejando reflejos a su paso como una serpiente. Le acompañaba un joven, y llevaba en sus brazos a la niña Clarita. Se sentaron todos a la mesa. La tarde comenzaba a caer, el tímido sol recogía las calles, y a los pies de las casas de cal cuchicheaban las sombras.
Aunque me guste… un poco de vértigo sí que da
Ese «Comérsela a besos fue lo más parecido a una tarta de bodas» suscita emociones. Mágico me parece este cuento mágico.Un beso y mucha suerte.
La vida entera es un día y tú lo has contado.
Enhorabuena.
Toda la vida en un instante. Bello cuento; ritmo alucinado.