29. La ciudad callada (Gemma Llauradó)
Aborrecía el calor del verano de su ciudad costera, un calor pegajoso por la humedad que le otorgaba el mar. Pensé que el verano se había vuelto incómodo para él, pero negó con la cabeza. Enseguida me di cuenta que para él, cada año era lo mismo y por muchos años vividos, no se acostumbraba a ello. Sin embargo, había algo que saboreaba. La tranquilidad y el calor aún soportable de las primeras horas del día. Su cardiólogo le había aconsejado que anduviera y él se había tomado muy en serio esa recomendación. A las 6h. salía a caminar unos cuantos kilómetros con la única compañía de su bastón.
A esas horas -en agosto-, apenas había transeúntes. Las calles prácticamente desiertas, sin circulación de vehículos, en silencio. Era la ciudad callada.
Una vez me confesó que muchas veces en sueños se imaginaba cerrando las puertas de la ciudad para que no entrara nadie más. “Menos, es más…” Solía decir, mientras argumentaba una sólida reflexión sobre lo superfluo de nuestras vidas. Los problemas de las grandes urbes y el exceso de población. Echaba de menos la vida calmosa de su pueblo natal en Asturias, sus montañas y su clima fresco.
Hay personas acostumbradas al campo, necesitan el contacto con la naturaleza, pero las circunstancias y eso que llamamos civilización lo invade todo. Tu protagonista, al menos, sabe hacer bueno el dicho: «de lo perdido saca lo que puedas»; no queda otra que la adaptación, ese instrumento imprescindible para la vida y la supervivencia.
Un abrazo y suerte, Gemma
Hola Gemma:
Cómo entiendo a tu protagonista. A pesar de haber nacido y vivido en la ciudad yo tambien fantaseo a veces con esa huída al fresco y a la tranquilidad de la montaña.
Saludos y suerte.