99. La ciudad verde
Llegaron a mediodía con ojos rojos y polvosos trajes grises, antes de la temporada de lluvias, de los mosquitos y de las inundaciones. El solemne séquito inspeccionó cada rincón de aquel olvidado pueblo. Censó cada árbol, cañada y vereda. Concluida la primera parte del recorrido, nos informaron, con bombo y platillos, que en poco tiempo ese lugar de amarillos amaneceres sería tragado por la ciudad. Nos informaron, de modo superficial y apresurado, del perfecto equilibrio que tendría el cemento y la naturaleza. Enormes glorietas estarían rebozando de cientos de flores amarillas y azules, además se construirían gigantes de vidrio, los cuales reflejarían de tal forma los rayos del sol que en poco tiempo desaparecería nuestro tono verdoso de piel. Cambiarían el color de la vieja ciudad verde. El progreso llegaría pitando humo negro de los trenes. Los árboles serían derribados, y remplazados con caminos y puentes. Algunos sonreímos procurando parecer risueños cuando nos estrecharon las manos. Entre reverencias los llevamos a comer delicias con frutos de la región. Cambiamos algunas palabras para que la celebración pareciera más divertida y brillante. El cambio de impresiones se prolongó hasta muy entrada la noche. El siguiente día amaneció como siempre, con todo el mosaico de verdes brillando al sol. Nuevos árboles habían sido plantados durante la noche. Seguramente su hojas serían verdes agrisadas, y el polvo de sus ramas sería limpiado con los primeros chubascos de la temporada.
Vinieron los hombres grises para imponer eso que llaman civilización y progreso, que implica exterminar la naturaleza, pero fueron ellos quienes terminaron formando parte de ella, de la mano de oros hombres que sí supieron integrarse en el entorno del que formaban parte sin alterarlo.
Un relato imaginativo que conduce a un final inesperado, con un mensaje ecológico.
Un saludo y suerte, Héctor