27. La Cosa Nostra
Cuando le destapan la cabeza, casi se le escapa un grito. La sala —probablemente un sótano— está iluminada con velas. Y en las mesas, sentados frente a cada uno de los mafiosos, hay más niños.
—Tranquilo, chaval —le dice el tipo—. Recuerda que has venido de forma voluntaria. Venga, siéntate y comencemos.
Josemi obedece. Siente atracción y al tiempo desea regresar para pedir perdón a sus padres. Ayer, por videollamada, se enfadó con ellos. Y hoy ha roto el móvil, ha empujado al robot que le cuida y ha salido del área restringida de la ciudad hasta conseguir llegar al callejón, en busca de su primera dosis.
—Venga, elige color.
La voz del mafioso es lenta, rasgada (también la de la mujer de la mesa de al lado, que habla de números, de sumar siete más ocho, o nueve más seis). Solo había visto seres humanos así en imágenes. Esa mirada limpia, profunda, transmite paz, pero sin duda son gente peligrosa. Deben serlo. Si no, no estarían allí, apartados, escondidos.
—Lanza —dice el viejo, ofreciéndole un extraño vasito—. Si sale la cara con cinco puntos negros, podrás sacar tu primera ficha.
Robots que cuidan de los niños y mafiosos que les convierten en toxicómanos. Una sociedsd en la que las palabras propias y el libre albedrío quedon solapados bajo una dirección ajena y, seguro, que también oscuramente intetesada.
Un abrazo y suerte, Alberto
Gracias, Ángel, me parecía que una distopía en la que abueletes clandestinos trafican con juegos de mesa no es tan distópica, jeje, o algo esperanzadora, al menos.
Un abrazo fuerte y mil gracias
Relegados por su edad, les han hecho parecer peligrosos. Por suerte, sus miradas transmiten paz a los chavales, así que acuden a ellos para disfrutar de esos juegos de azar tradicionales, imagino que en peligro de extinción en sus casas robóticas. Juegan de forma clandestina en el sótano, algo que lo hace aún más emocionante jajaja
Una buena distopía, Alberto,con un gran título.
Abrazo
Lo prohibido, lo clandestino, atrae. Pero si además te hace conectar con tu origen, con nuestra esencia… Más adictivo aún.
Aparte de que a quién no le gusta jugar a la escoba, o un buen parchís! Jeje
Mil gracias, Aurora, por tu generosa lectura
Hola, Alberto. Si interpreté bien, el juego con el vasito y la cara con cinco puntos negros es el juego de los dados y el que se lo enseña al nino es un viejo. El nene, cuidado por un robot y criado en una sociedad distópica en el que el envejecimiento no existe (y los padres cariñosos e interesados en criar hijos tampoco, por lo que leo), nunca ha visto un viejo en su vida ni jugado un juego de mesa; de ahí su atracción y su interés, por eso el viejo le ofrece ese juego, esa ficha, que imagino que será incapaz de rechazar…
Una distopía infantil inquietante esta «cosa nostra», da miedito…
Cariños,
Mariángeles
Qué bueno Alberto, en el futuro que describes no hay bombas o guerras, pero tampoco hay juegos infantiles ni seguramente creatividad o imaginación. ¡Qué duro! Vivan esos mafiosos que enseñan a jugar a los niñ@s al parchís y a la escoba. Muy imaginativo, me encanta, felicidades y un abrazo!
Para los que tuvimos la suerte de aprender matemáticas jugando a la escoba, al parchís, al tute… Se hace difícil pensar un futuro sin esas adicciones.
Y qué mejores «camellos» que nuestros padres, abuelos, para traficar, jeje.
Mil gracias, Mariángeles y Sara. Un abrazo
Alberto, me encanta ese niño que se escapa de su mundo digital y futurista y se encuentra con esa infancia analógica que tuvimos.
Un abrazo y suerte.
Hola Alberto:
Menudo mundo distócico el que los niños acuden a bajos fondos a jugar al parchís, quizá no tan alejado del actual; los niños apenas socializan, no salen al parque a patinar o montar en bici, o jugar al futbol con otros niños como hace tan solo unos pocos años. Y quien le ofrece seguridad es el capo de la mafia. Buen micro. A ver si tienes suerte
¡Un abrazo!