64. LA GRAN OPORTUNIDAD
Su afición por el vino lo había convertido en un indigente. Solo conservaba un viejo violín con el que cada día tocaba su sonata número uno —Martina— que había compuesto años atrás.
Se despertaba cada mañana con Radio Clásica para escuchar el programa «Sinfonía de la mañana», en el que contaban la vida y anécdotas de compositores de todos los tiempos.
Un día notó que el presentador, en vez de hablar en tercera persona, se dirigía a él de forma imperiosa: “Llevas años tocando tu sonata, ya es hora de que se conozca, te espero en media hora en la emisora”.
No lo dudó, se levantó, se vistió y salió corriendo, mientras sus compañeros del albergue se reían de él y escondían el casete en que habían grabado el mensaje.
Al llegar a la emisora, fue tal su insistencia que consiguió entrar y que le permitieran interpretar su sonata. El director le programa quedó tan impresionado que le prometió que, de forma excepcional, la utilizaría como sintonía del próximo programa.
Al día siguiente, a las ocho en punto, mientras sus amigos del albergue escuchaban la radio asombrados, él dormía con una sonrisa y un lento movimiento de su mano derecha.
No has podido contar mejor esa «alma» que todos llevamos dentro hasta el final.
Precioso Ezequiel. Te deseo mucha suerte.
Ton.
Gracias, Ton, me alegra que te guste. Es cierto que existen momentos y vivencias de las que nunca puedes, ni debes, desprenderte.
Ezequiel, ese feliz aconcecimiento da nuevo sentido a su vida, eso es esperanzador. Bella narración. Suerte y saludos.
Gracias por tu comentario, Calamanda, vivir sin esperanza debe de ser muy difícil.
Un relato lleno de luz y de vida. Increíble sensación la de los sueños cumplidos, y más cuando se antojan tan complicados. Mucha suerte 🙂
Gracias, Juan Antonio. Esa era mi intención, destacar le felicidad que se puede alcanzar por un deseo cumplido, aunque en el fondo la vida siga igual.
Hola, Eze.
Qué bonita esa sensación de cumplir un pequeño sueño.
Y ese final me ha puesto la piel de gallina.
Un abrazo enorrrme.
Gracias Towanda.
Cuando lo escribí esta fantasía, no me costó trabajo imaginar la cara de asombro de los compañeros de nuestro violinista y el gesto de felicidad y de placidez del protagonista.
¡Ojalá todo pudiéramos ver nuestros sueños cumplidos!
Un relato muy bonito y bien contado. Felicidades y suerte Ezequiel, la sonrisa nos queda.